martes, noviembre 29, 2016

“Lo apropiado y lo propio podrían llegar a ser un oxímoron”

Entrevista a Romina Paula. Por Verónica Boix para LA GACETA de Tucumán.



Acá todavía no es sólo el título de la tercera novela de Romina Paula, publicada por Entropía: es una declaración de principios. En un presente puro, Andrea, la narradora, acompaña a su papá en el Hospital Alemán. Va reconstruyendo su devenir amoroso sexual y al mismo tiempo intenta entender quién es y qué quiere para su vida. La historia avanza en un espacio de incertidumbre, siempre entre el deseo y la muerte.

Con Acá todavía, Romina Paula vuelve sobre los temas de sus novelas ¿Vos me querés a mi? y Agosto, solo que lo hace desde la madurez de una voz capaz de nombrar las cosas a medida que transcurren, sin categorías preestablecidas. Su serenidad para contestar no delata su inquietud como artista multifacética; en los siete años que le llevó escribir la novela, actuó en cine, publicó y dirigió en teatro Algo de ruido hace, El tiempo todo entero y Fauna reunidas en Tres obras (Entropía) y, además tuvo un hijo.
Sentada frente a un café con leche, igual que Andrea, habla en una aparente simplicidad que va a ir revelando el ritmo del pensamiento. Y la naturalidad del lenguaje encuentra eco en la trama: el cuerpo es el centro de las decisiones, entre lo accidental y lo voluntario, lo adecuado y lo propio, lo pornográfico y lo sentimental.

- La historia hace de la incertidumbre un espacio: la agonía entre la vida y la muerte, la indefinición entre la homosexualidad y la heterosexualidad.
- Me gusta lo que decís, la muerte y el deseo están muy presentes. Creo que están así incluso cuando no hay una situación de duelo concreto. Muerte y deseo son parte de la vida minuto a minuto todo el tiempo. Esa pulsión vital del deseo tiene adentro en sí misma la muerte, el final de las cosas. Están vinculadas necesariamente. Me crié en un mundo de dicotomías donde las cosas son “bueno o malo”, “blanco o negro”. Yo misma tengo la cabeza muy formateada así pero trato de hacer el ejercicio de no juzgar. En ese intermedio me siento mucho más inestable. Pero abrazar esa incertidumbre es beneficioso.

- De alguna manera Andrea lo va haciendo a lo largo de la historia...
- Ella intenta -yo intento- hacer ese recorrido de preguntarse cada cosa. En la primera parte aparece el peso de su infancia y toda esa maleza que forma lo que se pensó para ella, en la que trata de ver quién es. En la segunda parte ella está en ese presente que elige. El “acá” con ese no peso de la tradición. La novela termina con estas palabras “Adecuarse sin poseer apropiado propio fin”. Lo apropiado y lo propio podrían llegar a ser un oxímoron, una contradicción. En el capítulo de la infancia hablo de la idea de la formación, la idea de otros decidiendo por uno. Eso pasa durante un lapso de la vida, si tenés suerte, si alguien cuida de vos y decide por vos. Creo que lleva toda la vida ese proceso de poder discernir qué de eso adquirido te gusta, qué elegís después de que lo hayan elegido por vos y qué descartas, dónde te configurás. Andrea está haciendo ese recorrido, tratando de ver cuál es su lugar.

- ¿Cómo encontraste la voz de la narradora?
- Es una voz que va recorriendo preguntas más que respuestas. Ella está en ese lugar del presente puro. Trabajé mucho con el lenguaje. Obvio que soy Andrea y obvio que no. Lo que me sale y me divierte en el plano de la anécdota es esto que sucede al mismo tiempo: alguien se está muriendo y yo voy a tomar un café con leche. Del mismo modo, me gusta combinar palabras o construcciones poéticas elevadas, con frases hechas o guarradas que terminan de dar algo de la risa patética. Quitarle solemnidad. Lo solemne tiene mala prensa y en realidad es bello pero aparece alguna cosa desprolija o disruptiva, como puede ser una palabra de la calle, y te despierta. Me conmueven esas cositas. Me gusta escribir en esa mezcla de niveles.

- ¿Ese juego con el estilo influye en la trama?
- Sí, vienen juntos. La primera persona me permite ir derivando. Tengo esas fugas. En realidad quería escribir una novela familiar, tenía la fantasía de la novela rusa, el primer título era “Los integrados” porque quería que fuera irónicamente la adecuación. Es loco, viendo las novelas que hubiese querido escribir siento que todas están un poquito acá, pero que no es ninguna de esas. Me imagino al padre de una manera y al no nombrar muchas de esas cosas se vuelve muchos padres posibles. Si vos das más, le quitás al lector en términos de imaginación. Todas esas novelas que hubiese querido escribir están en esta como las puntitas del iceberg.

- “Nada es lo que parece pero tampoco intenta serlo”, piensa Andrea.
- Como los recuerdos de niños, hay un montón de palabras que entendés y adoptás mal y te vas decepcionando cuando son otra cosa. Como pasa en la novela con la frase “la vida perra” que el padre dice irónicamente y Andrea piensa que es verdad, lo entiende como algo bueno. Está bueno pensar que el lenguaje es social, que nos comunicamos, pero a veces, en tu misma lengua y con tus mismas palabras no hay acuerdo. No es unívoco el significado de una palabra. El acuerdo es mucho más azaroso de lo que uno quiere creer.

- ¿En la novela, de algún modo, buscás dejar ese equívoco en evidencia?

- No es que me lo proponga. En la vida oral no me tomo el tiempo de reparar en el equívoco pero cuando estoy escribiendo, me enfrento al papel y aparece el juego con las palabras y el significado. Es algo de lo que me gusta hablar; abrir la discusión. Siento que pongo las cosas ahí para compartirlas, para compartir mi cabeza con mucha gente. Eso vuelve y se parece a un diálogo.

La crónica de viajes se reinventa. Del mapa a la experiencia

Verónica Boix incluye Poste restante de Cynthia Rimsky en esta nota sobre literatura y crónica de viajes. Para Ideas La Nación.



Es muy simple conocer un lugar. O eso parece. Alcanza con escribir el nombre en un buscador, entrar a un blog o mirar un documental de National Geographic. El mundo está a un clic de distancia. Sin embargo se viaja cada vez más. Se viaja para pisar la arena blanca de las playas siempre al sol, para llegar a una cumbre imposible, para sentir el dulce y picante del bun ma en un puesto de comida callejera de Vietnam. Y no hay viaje sin relato. Viajaron Marco Polo, Napoleón, William Hudson y nombraron por primera vez lugares y modos de vida. Para el resto, los que no podían viajar, leer sus crónicas resultaba la única manera de alcanzar lo desconocido. Los relatos de esos viajes eran un espacio de ensueño, una forma de descubrir el otro lado, lo exótico. Hoy, la hiperconectividad y la ilusión de acceso ilimitado a la información vuelven difícil imaginar cómo la crónica de viajes puede seguir revelando algo nuevo del mundo. Y, por extremo que parezca, se enfrenta en la era digital a la necesidad de reinventarse para seguir teniendo sentido.

No hay otro género más cercano al mundo material y sensorial, a eso que llamamos realidad, que la crónica de viajes. Si una pizca de arrogancia lleva a pensar que a partir de Internet es posible conocer la totalidad del mundo, los relatos de viaje se desplazan para demostrar que todavía hoy existen zonas ocultas. Podría decirse que entre esos relatos y las imágenes que saturan las pantallas existe la misma relación que entre ser viajero y ser turista.

Es verdad que la mirada ya era importante en los primeros viajeros, sólo que nunca tuvo el lugar primordial que adquiere en estos tiempos. Nadie cuestionaría hoy que la geografía no alcanza. Lo esencial está más cerca de la percepción. Y, en esa dinámica, las narraciones de viaje se desplazan, una vez más, del testimonio a la experiencia.
(…)

Era de esperarse: cada cronista piensa el género desde sus propios pasos por el territorio y por el lenguaje. Lo sorprendente es que las diferencias subrayan un rasgo en común: para mostrar el mundo habría que ir hacia adentro, inventarlo a partir de lo que se proyecta desde el interior de cada uno. Eso se vuelve claro en Poste restante, las crónicas de viajes de Cynthia Rimsky que acaba de reeditar Entropía. Una mujer chilena escribe su diario de viaje, recibe cartas de familiares y amigos y, al mismo tiempo, cuenta la historia de una mujer latinoamericana que busca a sus antepasados. Las dos viajan por Israel, Chipre, Turquía y Europa Oriental. Cada una se vale de un lenguaje distinto, en la frontera de la poesía, para descubrir ese algo invisible que define un lugar del mundo. Los relatos nacen de la conjunción entre introspección, imaginación y observación.
Escribe: "Al final de las escaleras Potemkin sorprende el silencio y la amplitud. Los edificios, diseñados por arquitectos que Catalina la Grande hizo traer de Italia y Francia para convertir a Odessa en una ciudad cosmopolita, cuentan con espacio para ser admirados sin la interferencia de letreros. Tarda varios días en comprender el origen del silencio: el capitalismo lleva en sí el bullicio de la circulación que satura el oído para doblegar al consumidor a la compra. Acostumbrado al ruido que lo saca de sí, parece extraño encontrarse a solas. ¿Qué se mira al caminar? A los otros, las flores, los frisos, los pensamientos como en un espejo". Cualquiera puede viajar, sacar una selfie y subirla a las redes sociales. En cambio Rimsky, viaja, observa, piensa, imagina: crea un relato y a la vez una ciudad.

Punto de vista

La escritora chilena es igual de clara al hablar: "La crónica de viajes la encuentras hoy en la escritura, no en la geografía; la encuentras en el punto de vista, en el distanciamiento, en la sensibilidad, en el estilo. Ahora estoy en el campo, ¿qué podría escribir de este lugar? Todas las mañanas pasa por la calle de tierra un hombre joven con una niña pequeña y un bolso. Pienso que la lleva al jardín de infantes, pero vuelve con la niña y sin el bolso, entonces reparo en el extremo cuidado con el que lleva la mano de su pequeña; es esa fragilidad, como si tuviese a su cuidado un jarrón que pudiese trizar el aire, la que veo pasar todas las mañanas por la ventana que da al campo donde pastan las vacas y los terneros que nacieron hace muy poco".

A esta altura no quedan dudas acerca de la transformación. Cristoff dice: "Creo que se reinventa, sí, y que en esa reinvención aparecen cosas más que interesantes, entre ellas un trabajo con el lenguaje que antes, enfocado el texto en la información, se obliteraba. Y, en paralelo, una indagación en la intimidad, como si el traslado sin encargo predeterminado se volviera indefectiblemente sobre ese yo que narra". La crónica se renueva a través de una mirada que es prisma capaz de condensar todos los viajes pasados, reales, virtuales y literarios. Se aventura en el territorio de la intimidad con las herramientas que le da el lenguaje. Hace propios recursos como el monólogo interior o la poesía.
Y en esa tensión entre lo íntimo y lo literario aparece el misterio. Y, por supuesto, la necesidad de develarlo. La experiencia de María Moreno es elocuente: "Cuando hago la crónica de los lugares donde he estado, lo hago con la cabeza vacía. Son las palabras las que van armando su circuito cerrado y venido de otras palabras donde lo vivido opone, sin embargo, una resistencia: puedo apropiarme de la enumeración caótica hecha a través del deseo de otro a quien, mientras yo permanezco indiferente a las series de objetos y a sus variaciones, miro desear. Pero antes necesito el cuaderno de bitácora de la lectura, sólo leyendo sabré qué leer luego a mi alrededor. Nada especial puesto que incluyo junto a los libros consagrados -también de este modo soy turista-, la carta de un restaurante, el recorte de un diario, los relatos orales de un amigo mitómano".

Intimidad, memoria, fuga, autobiografía, tradición, experiencia, política, irreverencia, poesía. La enumeración se escapa de los discursos homogéneos y la crónica de viajes respira de nuevo. En ese movimiento delimita un territorio a medida que lo nombra. Suele decirse que viajar es un intento por escapar del ego; hoy es justo al revés. Viajar para contar se transforma, más que nada, en rescatar de ese mundo de vivencias, recuerdos, saberes, cosas leídas, todo aquello que resuena en el paisaje. Contar es más que nada ver lo que está ahí pero nadie más es capaz de ver. Puede ser que, al fin, las dos fuerzas que luchan en cada uno, según Vladimir Nabokov, el anhelo de intimidad y la pulsión para ir a otros lados, se encuentren y bailen. Y la crónica ya no se limite a contar el mundo. Mejor todavía: lo construya en el lenguaje.

La nota completa, en este link

"Siento una profunda desconfianza respecto al sentido"

"Los libros se encuentran con su lector como una persona que mira el cielo por si acaso encuentra la respuesta a un pensamiento y justo se le cruza una estrella fugaz", dice la escritora chilena, residente argentina y autora de libros como Poste restante (Entropía), en esta entrevista.

Por Gonzalo León para el Blog de Eterna Cadencia.



Cynthia Rimsky lleva viviendo cuatro años y medio en Buenos Aires y es una de las escritoras más interesantes de su país: ha publicado un puñado de novelas que se han caracterizado por una escritura sobria y puntillosa, atenta a los detalles, a la expresión de una subjetividad, contraria a los lugares comunes y a las tendencias imperantes. De una simple historia abre el panorama a un sinfín de minihistorias imprevistas que se derraman, por lo general, en no muchas páginas; es también una escritura condensada, espesa, profunda, visual. Este año publicó su primera novela en Argentina, Poste restante (Entropía), que ya había sido editada en Chile, y en el país trasandino El futuro es un lugar extraño, su última novela, y Fui, un libro de cuentos-crónicas que da cuenta de su permanencia en Argentina.

Rimsky da talleres, especialmente de literatura de viajes y de no ficción entendida como un amplio espectro donde conviven muchos géneros; reparte su vida entre su casa en un pueblito de la provincia de Buenos Aires y capital. Nunca le ha interesado ser parte del mundo literario, al contrario, ha preferido la reclusión y la tranquilidad para poder escribir. Hoy es fin de semana y, a esta hora, la tradicional vorágine de los días de semana de Buenos Aires parece detenerse o suspenderse en el aire. Se la ve tranquila, atenta a las preguntas. Sus respuestas son claras, lentas, como si quisiera no dar pie al malentendido, aunque a veces no pueda evitarse.

―Primero que todo, ¿qué haces hace cuatro años y medio en Buenos Aires?
―El primer año, orientarme sin la Cordillera de Los Andes, aprender a pedir remolachas y no beterragas, a andar por la calzada y no por la vereda. En esa época enviaba un relato semanal a una revista digital en Santiago y me lanzaba a las calles a cazar imágenes, situaciones, diálogos como extranjera. Aun con la residencia definitiva, me sorprendió la libertad y una indisciplina que crea numerosos agujeros por donde se cuela y tiene espacio la diferencia, la autonomía, el pensamiento ilógico y un delirio que en Chile está bloqueado y culpabilizado por el disciplinamiento prusiano religioso. Eso me hizo sentir que hasta ahora había vivido en un regimiento, cárcel o internado, y esa sensación me dio pena, rabia y lo más importante, me condujo hacia escritores y escritoras argentinos que me hicieron pensar críticamente sobre el realismo, no sólo como un estilo literario sino como una forma de leer, de mirar y hasta de pensar.

―En este año sacaste tres libros: la edición argentina de Poste restante en Entropía, la novela El futuro es un lugar extraño en Random House Chile y Fui en una editorial independiente de tu país. El primer libro trata de un personaje que va al encuentro de sus orígenes, el segundo es la recuperación de la memoria política tras una desilusión amorosa y el tercero aborda tu último viaje acá a Buenos Aires. ¿Por qué la recurrencia del viaje?
―Acabo de leer La Introducción, de Fogwill, donde el narrador se pregunta qué es pensar. Para eso determina un trayecto, el viaje de ida y vuelta a las Termas, y un método que consiste en interrumpir sus recuerdos, las asociaciones fáciles que se le vienen a la mente. De otras maneras, lo hacen Walser, Chejfec, Berger, Luiselli, María Moreno, Benjamin. Demarcas un trayecto; un parque, plazas, las termas, calles, y esperas a que aparezca el primer fenómeno; un taxi, un burro, una silla, y te pones a pensar. No a la manera de un filósofo o de Odiseo, sino a la manera de Penélope: tejes en el día y deshaces por la noche. Así vas construyendo, a la distancia, dos pensamientos, el visible y el invisible, el de acá y el de allá. Supongo que por eso en mis libros los tiempos y los espacios se mezclan y confunden, y por eso los narradores o personajes se desplazan; para construir la experiencia en la que se van a comprometer. Estos viajeros, además de testigos, tienen una singularidad: llevan puestos los anteojos de la ficción, como dice Vila-Matas, pero como el viaje es accidentado, los anteojos se han rayado.

Arturo Carrera define vanguardia como una parodia crítica de la tradición y Piglia como el intento de destruir una tradición y construir otra. En El futuro es un lugar extraño estas concepciones están porque, si bien esta novela podría ser incluida en la última tradición de novelas chilenas que ha abordado la historia reciente, se nota que hay una parodia crítica y a la vez el intento por destruir esa tradición y construir otra.
―En El futuro hay un plano en el que trabajé con materiales documentales, como hago generalmente, pero esta vez con la intención explícita de romper con la tradición realista chilena por la cual se busca sacar de la oscuridad la historia que la élite y sus medios nos han ocultado o tergiversado para producir una identificación con el lector que piensa: “Ah, la realidad es como yo siempre creí”. Justamente, en esta novela quise correrme del punto de vista de las víctimas, de la épica, de la nostalgia, de lo vintage y del lugar común. Intenté construir otra percepción, desfigurar, extrañar. Lo oculto retorna pero en una forma desconocida para el lector. Lo oculto no es lo real que los medios callan, sino otra forma de percibir. Ayer me contaba una amiga chilena que escuchó críticas a la novela porque no podía ser que la protagonista no recordara, no era lógico; o sea, a pesar de no ser una novela no realista, se la intenta leer desde el realismo y, como no calza, la asumen fallida. El problema de la tradición realista es que es una forma de leer que se emparenta con la literalidad. Respecto a la segunda parte de tu pregunta, la de construir otra tradición, diría que mas bien me sumo a todos los huérfanos que la centralidad chilena condena a una permanente existencia flotante, como Adolfo Couve, Mauricio Wacquez, Guadalupe Santa Cruz...

 ―¿Cuál es la mayor virtud de la narrativa chilena y cuál es su peor defecto?
―La mayor virtud es el lenguaje del cual se nutre, esa distancia ladina entre las cosas y los nombres que Raúl Ruiz realza de una manera prodigiosa en sus películas, ese desplazamiento, esas vueltas para decir una cosa diciendo otra o no decir lo que se quiere decir, tampoco lo que podría decirse y lo que se dice no dice. Esa maravillosa capacidad del lenguaje de escamotear lo real es una de las pocas cosas que el neoliberalismo no ha conseguido estandarizar. Su peor defecto es su horizonte de poder y de instalación.

―¿A qué te refieres con horizonte de poder e instalación?
―La chilena es una sociedad extremadamente competitiva, por otro lado, es un país de una estrechez geográfica impresionante, en su parte más angosta mide noventa kilómetros y el promedio es 180. No hay espacio para todos, el campo del arte es pequeño. Los que tras una cruenta batalla logran tener presencia y arribar al podium, tienen que dar una batalla peor para no ser arrasados por los que trepan de más abajo. Puedes percibir la animosidad con asomarte a Facebook. Los que están en los márgenes pasan o no pendientes del centro y de entrar a él o de ser conocidos o valorados por los centrales, porque si no caen al abismo. En Argentina también hay grupos que tienen códigos de comportamiento excluyentes, pero hay muchos más porque es un espacio vasto.

―En Poste restante, que tiene una escritura sobria y fragmentada ―no porque se quiera construir a propósito eso sino porque se trata de una escritura donde lo sobrio y fragmentario van de la mano―, hay una carta que le manda el padre a la protagonista: “Tengo la impresión que estás un poco perdida. Usa la cabeza, no cometas tonterías”. ¿Qué es el “perderse”?
―No hubiese escrito ninguna novela de no haberme perdido tanto geográficamente como escrituralmente. No puedo planificarlas a priori, no tengo la capacidad de ver el bosque, voy de árbol en árbol. Por ejemplo, en Los perplejos, mi idea fue hacer el mismo viaje que Miamónides desde Córdoba hasta Aleppo y, cuando estuve en Córdoba, en el falso congreso sobre el falso Maimónides, en vez de ir a Tánger como él, me fui a Eslovenia y terminé en Montenegro y la novela la escribí de todas maneras. Perderse es perder el hilo, ir por otro lado, no saber dónde ir, creo que en el fondo siento una profunda desconfianza respecto al sentido.

―En tus libros sueles trabajar con una exposición de una sensibilidad que da la ilusión de que estás trabajando con el yo, pero eludes la primera persona: tanto Poste restante como El futuro... están escritas en tercera persona, pero el narrador tiene una complicidad subjetiva con la protagonista. ¿Se puede exponer una autobiografía sin recurrir a la primera persona?
―No creo haber escrito una autobiografía, tampoco una autoficción. Creo que las escrituras del Yo, como se las llama, son más una forma de leer que una forma de escribir. Si te fijas, los personajes de mis libros generalmente no tienen nombre o tienen más de uno porque no creo en las identidades fijas, estables, y un nombre fija. Fue un riesgo llamar a la protagonista de El futuro por su apellido, la Caldini, además siendo chilena, le puse un apellido argentino, me interesan esos descalces, como poner una sensibilidad supuestamente del yo en una tercera persona o al revés. En Poste restante el personaje se llama la viajera, la chilena, la mochilera, la periodista, la nieta de inmigrantes, todo el tiempo va desplazándose. En Ramal el personaje se llama El que viene de afuera.

―Ya nombraste a María Moreno, ¿pero qué escritoras argentinas contemporáneos te interesan y por qué?
―No leo por géneros, si me gusta María Moreno es por su punto de vista, su escritura, sus torceduras, sus experiencias. María Negroni, por su combinación de sensibilidad e inteligencia; Fernanda Laguna por su experimentación y desfachatez; Paloma Vidal, que vive en Brasil, porque combina escritura con artes visuales. No porque son mujeres. El otro día hablábamos con Laura Petrecca, poeta y traductora, que nuestras lecturas están guiadas por el azar, o sea, los libros se encuentran con su lector como una persona que mira el cielo por si acaso encuentra la respuesta a un pensamiento y justo se le cruza una estrella fugaz.

―La otra vez una editora chilena contó que una escritora le había preguntado cuántas mujeres había publicado y respondió que ninguna. ¿Cuál es el lugar de la mujer en el mundo de la literatura chilena? ¿Detectas alguna diferencia con Argentina?

―No estoy de acuerdo, creo que nunca se han publicado a tantas escritoras. Respecto a las diferencias, aquí existe una mayor diversidad dentro de la cual hay escrituras desfachatadas y desenfadadas. Por otra parte, el departamento de Estudios de Género de la UBA tiene un mayor vínculo con la comunidad, no solo rescata escritoras para la academia sino que estas son publicadas, por ejemplo en la colección Las Antiguas de Mariana Docampo, difundidas y leídas. Hay que fijarse que es una argentina, Mónica Szurmuk, la coautora de La historia de Cambridge de la literatura femenina de América Latina. Este año participé en la presentación de ese libro y el auditorio del Malba estaba repleto. No sé si ocurriría eso en Chile, si las mujeres se comprometen con el género desde esa generosidad e interés. Lo mismo las lecturas, aquí siempre participan escritoras, tengo la impresión de que en Chile es una excepción o tiene que ser organizado por ellas. Creo que el problema no está tanto en la publicación como en la ausencia de espacios participativos para que esas publicaciones se difundan y se compartan. Y cuando se hace es en calidad de mujeres. Un crítico chileno escribió una linda reseña de El futuro pero parte señalando que ocupo el lugar de capitana entre las escritoras mujeres. ¿Por qué hace ese corte si la novela ni siquiera toca el tema de género? Acá no sé si dirían: es buena pero entre las mujeres.

viernes, noviembre 18, 2016

Entrevista a Matías Alinovi

Entrevista a Matías Alinovi a propósito de París y el odio. Por Fernando Infante Lima para Radio Gráfica



Las brazadas de Herzog y Cheever

Luis Sagasti escribe para el blog de Eterna Cadencia sobre la epifanía que llevo a Werner Herzog a caminar de Munich a París, relatada en su diario Del caminar sobre hielo.



Como un rayo se le cruzó por la cabeza a Werner Herzog la siguiente idea: si emprendía una marcha a píe de Munich hasta París, la extraordinaria crítica alemana Lotte Eisner, a quien al decir prudente de todos el cine de su país tanto le debía, se iba a salvar de una enfermedad que la tenía al borde de la muerte. Una y otra vez, con la convicción de un recién converso, Herzog se repite que ella no tiene ningún derecho a morirse. No ahora, dice; hay que impedirlo de algún modo. Veintiún días exactos demoró en recorrer a pie los casi ochocientos cincuenta kilómetros que separan las dos ciudades. En una sola ocasión estuvo al borde de resignarse a un vehículo pese al frío y la lluvia constante. De semejante marcha, que parece una suerte de reverso de El nadador de Cheever ―amén de que ambos viajes concluyen de manera diametralmente opuesta, el alemán se hospeda en muchas casas de verano que encuentra deshabitadas, mientras no hay día en que en algún momento no camine bajo el agua― de semejante marcha, decía, surge un libro entrañable, es decir de los que se leen mejor en la cama: Del caminar sobre el hielo (Entropía)
.
Agradecimiento y expiación son los motivos más usuales por los cuales alguien inicia una peregrinación: de alguna manera hay algo de capitalismo religioso en el asunto, después de todo se trata de pagar por los favores recibidos o devolver con dolor en el cuerpo el daño realizado. Herzog paga por adelantado; un cheque al portador que debe entregar sin decir una palabra de su sacrificio (“Alguien le tiene que haber dicho por teléfono que yo había venido a pie, yo no quería mencionarlo”).

A medida que avanza, los dolores y achaques de su admirada Lotte van ocupando su cuerpo. Cada paso la libera. Ampollas, calambres, el frío como una segunda piel. La mugre lo cubre por completo. Solo en un momento, justo en mitad del viaje, el cuatro de diciembre, habita en él la duda, la sensación cruda del sinsentido: “¿Vive aún nuestra Eisner?” ―se pregunta.
Dos años antes, Herzog había filmado una obra maestra: Aguirre, la ira de Dios.

En su diario de viaje escribe cosas como: “Las suelas arden por efecto del núcleo incandescente del interior de la tierra”, “la lluvia puede dejarte ciego”, “la verdad atraviesa incluso los bosques”. Se trata de pequeñas iluminaciones, retazos, esquirlas de la epifanía inicial. Son guijarros involuntarios, salvajes, que arroja hacia adelante para marcar el camino que lo lleve hacia El Dorado que le fuera negado a Lope de Aguirre, al nadador de John Cheever. El combustible de su andar es el amor entrañable por alguien a quien hay que aplazarle la fecha de partida. Con semejante kerosene no hay forma de fallar.

Herzog llega sin pies, exhausto, a París. Y, cuando encuentra a Eisner en su cama, susurra: “Abra las ventanas, desde hace unos días que puedo volar”.


Nueve años más vivió la gran Lotte.

Gira mágica y misteriosa

Nota en Radar sobre La Flor, película protagonizada por las actrices de Piel de Lava.


La nueva titánica, maratónica, epopéyica saga realizada por Mariano Llinás y El Pampero Cine, y protagonizada por las actrices del grupo teatral Piel de Lava, que comenzó a rodarse hace nada menos que siete años y que comienza su recorrido de exhibición en esta ciudad del Oeste de la provincia de Buenos Aires, casi en el límite con La Pampa. Un paisaje, por otra parte, verde, plano y al borde de la Ruta 5, que podría asociarse inmediatamente con las películas de Mariano Llinás.


La hazaña de los que llegan es solo comprensible como parte y colofón de la hazaña total del proyecto de esta película. La flor comenzó a filmarse el 5 de septiembre de 2009 en la por entonces casa de Agustín Mendilaharzu –miembro de Pampero Cine y responsable de las imágenes de esta película–y recién el 30 de octubre de 2016 comienza su itinerario de exhibición. En el medio pasaron una cantidad de cosas bastante difícil de enumerar, pero que podría resumirse de la siguiente manera: tiempo. Así como Boyhood de Richard Linklater fue filmada en doce años (hizo de eso su estrategia no solo estética sino también publicitaria)La flor filmó a cuatro actrices clave del teatro independiente de Buenos Aires a lo largo de siete años y mil aventuras: Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa, las deslumbrantes Piel de lava, que pasaron de tener venitipico a tener treintipico, dos de ellas –Valeria y Laura– se convirtieron en madres, protagonizaron otras películas, programas de TV y obras de teatro que viajaron por el mundo.

martes, noviembre 01, 2016

Remembranza de una amistad gigante, reseña de "El increíble Springer"

Sobre El increíble Springer, de Damián González Bertolino, en La Voz del Interior. Por Martín Cristal.


La infancia de su nouvelle es entonces la de una generación anterior, con autos descapotables, una ciudad que todavía es un pueblo y con playas que todavía no están abarrotadas de turistas argentinos (si bien desde los médanos se puede espiar a una joven y muy deseable Mirtha Legrand en traje de baño). Lo que para su narrador es una remembranza, para el autor -quien le dedica el texto a su padre- es un ejercicio de la imaginación.

Con nostalgia ficcional, esa imaginación dicta que el hijo de un pescador, que acompaña a su padre en bicicleta para repartir la mercadería de cada día, conozca al hijo de unos inmigrantes franceses. El lazo entre ellos será el de esas amistades automáticas que surgen entre niños de 6 años, y que en los adultos son más difíciles de forjar. De hecho, cuando crezcan -los dos, pero en particular Gastón Springer-, esa lealtad será puesta a prueba.

Con un aire de literatura norteamericana, el estilo es reposado pero constante, sin apresuramientos ni dilaciones, en un tono de confidencia amable, sólido en su madurez de adulto que rememora o que repite un relato que ya ha pulido de reflexiones innecesarias.

La atmósfera de aquel pasado no se le impone al lector con detalles abrumadores, sino que lo va ganando de a poco con pinceladas impresionistas. Crece, sin prisa y sin pausa, como la mancha de sudor en la camisa de ese padre que pedalea.

El increíble Springer funciona bien como relato independiente, tal como lo reeditó el sello argentino Entropía, si bien originalmente se publicó como parte de un díptico, que mereció el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental" en 2009.

En esa edición inicial, su lado B era el relato "Threesomes", donde Punta del Este se parece mucho más a la que conocemos -o imaginamos- los argentinos: su historia transcurre en los '90, en el club de golf (escenario que en el relato sobre Springer también aparece, aunque de pasada). Tres mujeres juegan y un caddie las sigue; entre esas cuatro figuras construidas en tercera persona, se van destilando una decrepitud que linda con la locura, miserias sociales, hipocresías, la necesidad de cuidar las apariencias y otras preocupaciones -a veces irrisorias- de la gente de dinero o con aspiraciones de figurar.

Aunque sea más difícil de conseguir por estas pampas, vale la pena asomarse también a esa versión "completa" (desde 2014 se consigue por Estuario Editora). En ella, ambos relatos se apuntalan por los cruces que generan un escenario común y dos épocas muy diferentes.

París y el odio, de Matías Alinovi

Por Pablo Díaz Marenghi para Artezeta



En su segunda novela, Alinovi construye una trama que une a un aprendiz de escritor exiliado en la capital parisina, con un argentino en la Academia Francesa de Letras y terroristas árabes
 “La decisión de incendiar París fue repentina. París o Francia, era lo mismo. La tomó solo, una mañana, en el pozo de dos plantas”. Así arranca París y el odio (Entropía, 2016), la más reciente novela de Matías Alinovi. Eladio Marino (un homenaje a otro Eladio, Linacero, habitante del pozo de Onetti) es el narrador de una novela muy extraña. Posee una prosa por momentos confesional, monologuista. A veces, el tono se vuelve algo confuso, enredado, pero tal parece ser la intención del narrador: marear al lector en un relato que oscila entre un físico argentino que quiere escribir y se va a probar suerte a la capital parisina y un escritor consagrado, el único hispano parlante que logró acceder a la Academia Francesa de Letras: Héctor Bianco, un claro guiño a la historia de Héctor Bianciotti, el único argentino que formó parte de la institución encargada de regular y perfeccionar el idioma francés.

Alinovi construye una París en ruinas antes de su propio incendio. Una ciudad en donde “hacía frío y oscurecía pronto”. Marino va narrando y recorriendo las callecitas de la ciudad encontrándose con otros compatriotas. Algunos están vivos y son simples trabajadores que se ganan sus baguettes como pueden. Otros, están muertos hace rato y se convirtieron en leyendas, como Atahualpa Yupanqui y Julio Cortázar. Bianco toma la voz en el relato por momentos y cuenta sus desventuras; desde que escribió sus primeras novelas hasta su romance con un crítico literario francés. La muerte de su compañero de vida lo marcaría para siempre. Luego, su llegada a la Academia y sus dudas por el hecho de volverse un académico o, como le dicen en Francia, un “inmortal” -sobrenombre que se origina en el lema A la inmortalidad, creado por el fundador de la Academia, el cardenal Richelieu.

Marino mata el tiempo en las piletas públicas de París y va alternando críticas a la ciudad con referencias cortazarianas (sí, aparecen los axolotes y oraciones que empiezan con “Encontraré a…”, símil Rayuela). Recorre museos y se aburre. La ciudad que había leído como una maravilla lo defraudaba y la quería en ruinas. En la novela se destila todo el tiempo un sentimiento de decepción que desborda las 172 páginas. Quizás los puntos más altos sean aquellos en donde Marino desnuda su alma a través de sus preocupaciones. ¿Cómo podría convertirse en escritor y escribir su anhelada novela? La prosa de Alinovi es muy prolija. A veces, por momentos, roza lo artificioso. Como si quisiera dar muestras excesivas de su capacidad narrativa que es, sin dudas, notable. Pese a ser una obra breve, hay ciertas estructuras que podrían evitarse y evidenciar la potencia ígnea del verdadero relato: la historia de un joven exiliado que mastica su desarraigo e intenta convertirse en escritor, con todo el vértigo que eso implica. El final, con árabes y el protagonista a caballo, cual Juan Moreyra, podrá ser para algunos incorrección política y para otros un cliché.

El verdadero valor de una obra de arte se esconde en la motivación. El resplandor de Stephen King es una historia de terror pero es, ante todo, el relato de las obsesiones de un alcóholico que teme dañar a su familia. 1984 de George Orwell es una distopía pero que nace de las tripas de un periodista que le grita a una sociedad en defensa del derecho a la información. En París y el odio se percibe una motivación muy personal, casi iniciática en el autor. También graduado en Ciencias Físicas, también joven, su primera novela La Reja (Alfaguara, 2013), fue muy destacada por la crítica. Peculiar por su estructura (casi un poema largo) le permitió abrirse camino dentro de la literatura argentina contemporánea. Es posible encontrar similitudes entre Alinovi y Marino. Por momentos, estas similitudes tan densas parecen encarcelarse por barrotes literarios artificiosos (como la historia de los túneles parisinos o los árabes del final de la novela, que aparecen desdibujados, llenos de lugares comunes y de una manera algo brusca).

La segunda novela de Alinovi es una aventura atractiva, con una prosa estéticamente muy lograda pero con una motivación personal que parece constreñida, que podría dar mucho más. Como dijo Leon Tolstoi en su ensayo ¿Qué es el arte? (1897) “se  considerará  arte lo  que  exprese  sentimientos  bastante  universales  para  que  los  sientan  todos  los hombres”. Alinovi enciende las llamas de un fuego universal, como esta idea también del escritor ruso de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. ¿Quién no se sintió extranjero alguna vez, pateando sus propias veredas? ¿Quién no tuvo miedo de dar el primer paso en un camino profesional que se parecía a un ascenso al Everest con escarbadientes? Resta saber si el escritor querrá profundizar este camino en su siguiente novela, experimentando aún más en estructuras lingüísticas y voces alternadas, o explorará en su interior más profundo que se deja leer incendiario, sin necesidad de recurrir a túneles medievales o a terroristas islámicos.