viernes, septiembre 30, 2016

Contar la vida

Valeria Tentoni entrevistó a Romina Paula para el blog de Eterna Cadencia



Una década (y 60 libros en el catálogo de Entropía) después de su primera novela, ¿Vos me querés a mí?, Romina Paula publica Acá todavía. El deseo, el amor, la vida y todas las escenas explícitas –sexuales, mortales– que reflejan ese triángulo.

"Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada": las líneas magistrales con las que Tólstoi abre su Anna Karenina. "Todo lo que se pudre forma una familia", escribió Fabián Casas, más acá en el tiempo y en el espacio.
"Se parecen mucho lo bueno y lo malo a veces”, aparece en uno de los diálogo de Acá todavía, el último libro de Romina Paula (Buenos Aires, 1979). Igual que sus novelas anteriores –Agosto y ¿Vos me querés a mí?– salió por Entropía, ese sello que la editó por primera vez en 2005. Unos 10 años y 60 libros después, el tomo fucsia es el resultado de un proceso de lucha entre la tercera y la primera persona. Ganó la primera, aunque Paula lo explique por la contraria: “Fracasé con la tercera”, dirá en esta entrevista. “Quizás alguna vez tenga una historia que necesite ser contada en tercera, pero acá me imponía la tercera, escribía y se me aparecía la primera”.

Podría pensarse que las preguntas que se aceleran en los tres libros se continúan, aun cuando la disposición no sea lineal; como si las cosas pudieran continuarse superponiéndose. “La perfección no es posible más que en el instante”, sabe –porque lo escribe– Paula, y la espiral que recorre la altura sobre un mismo punto se eleva. Para un lector que las atraviese de corrido, las novelas podrían conformar un tríptico. Uno que se ocupa del deseo, de la sexualidad, de la atracción, de las relaciones de pareja, del amor propio, de la familia y de la soledad. La muerte y la enfermedad, que son también manifestaciones de la vida, funcionan como escenografías, terreno propiciatorio.
También actriz y dramaturga, Paula en estos días se encuentra preparando las funciones de Cimarrón, obra que viene después de Fauna, El tiempo todo entero y Algo de ruido hace. Ahí trabajó con textos de Luciano Lamberti y de Rilke, entre otros.

–Acá todavía se puede leer en juego con tu primera novela, no solo porque comparte escenarios como el Hospital Alemán sino también por las preguntas que se hacen las protagonistas de cada una. ¿La pensaste así?
–No, no la armé así, en función de la primera. Para nada. En todo caso son mis temas recurrentes. Pero probablemente sí vuelven cosas, espero que no de la misma manera. Sí pienso, en ese sentido, que comparten el mismo mundo de preguntas. Que ¿Vos me querés a mí? trabaja mucho sobre la sexualidad y ésta también, bastante. En toda la primera parte de Acá todavía hay una especie de voluntad de reconstrucción del devenir sexual. Anécdotas que son de distintos estadios de la sexualización. En ese sentido quizás sí, es como si ampliara ciertas preguntas de la primera, pero desde la evidencia.

–Esa primera novela había sido apenas la tercera del catálogo de Entropía, sello en el que seguís saliendo. ¿Cómo fue el proceso de producción ahora?
–La última novela, Agosto, la había publicado en 2009. Esta fue mutando. Lo primero que tengo escrito es de fines de 2010, a mano, en un cuaderno. Ahora me doy cuenta de que es un poco de las dos cosas, pero en realidad tenía ganas de escribir la historia de la protagonista, de Rosa y del padre, la historia con la enfermera, tenían un lugar más central en esa versión. De hecho, mi primera idea era: la misma situación, pero invertida. Y, al mismo tiempo, tenía la fantasía de escribir una novela familiar. No sé ni qué significa, pero quería escribir sobre una familia. Y al final, es un poco de las dos cosas, pero ninguna de esas dos a fondo. Por otra parte también vuelvo muy a lo mío con la primera persona, que no le puedo escapar. Creo que la fantasía de esa novela familiar era en tercera, también; una cosa más decimonónica de mirar desde afuera y no, no... Fracasé en eso. Volví a la primera. Me daba cuenta de que arrancaba en tercera y me encontraba escribiendo al rato en primera; mi cabeza me dictaba en primera. Entonces era un poco forzado ir hacia otro lado. Quizás alguna vez tenga una historia que necesite ser contada en tercera, pero acá me imponía la tercera, escribía y me aparecía la primera.

–Se marca, de tu escritura, el paso de lo íntimo a lo universal. ¿Cómo lo ves?
–Es como si no pudiera zafar de ahí. Creo que son cosas que, al ponerlas en palabras, me las termino de figurar; me las pregunto, y es como si al ponerlas en palabras tratara de entenderlas. Ni siquiera puedo decir que escribo lo que me gusta que sea escrito, sino que es lo que puedo escribir. Lo que me dicto. La cadencia, sumado a los temas y a esa primera persona, pero por supuesto que hay partes de acá que se pueden sacar de un diario íntimo y a mí se me borroneó ya también la medida de “esto es lo que escribo en mi diario / esto es lo que escribo en ficción”. Es una especie de malla, entonces lo consciente aparece en la mentira y en la ficción, entrelazado con lo confesional. Eso está creo que en todas, quizás un poco menos en Agosto. Pero tampoco, porque hay algo de esa primera que está tan pegado a mí... Me pasa mucho que me dicen: “Voy por la parte esa que estás en el bar”, como si se tratase de mí y no de la narradora. Pero lo cierto es que, por lo general, las cosas anecdóticas son inventadas.

–Hay otra cosa que vuelve y es el tema de la muerte, que está en las anteriores. La enfermedad, el deterioro. Y el deseo que se activa en esos contextos.
–La muerte siempre está, no sé cómo eludirla, no se puede. Es cierto que hay algo morboso, de alguna manera. Ahora que lo pienso, tal vez está vinculado; sin embargo creo que cualquiera que haya vivido una situación hospitalaria sabe que es un poco así. 

–La pregunta por el deseo reaparece, por cómo se configura.
–Creo que con esta novela ya terminé de preguntarme eso. No solo por la novela sino también por mi edad, por mi momento en la vida; supongo que evolucionaré hacia otras preguntas.

–En el epígrafe, Mekas dice: “La realidad mensurable termina en la punta de nuestros dedos: más allá está el abismo”, ¿cómo juega eso con la estructura del libro en dos partes?
–Las partes se llaman “Todavía” y “Acá”, y lo pensé por algo tan básico como que el “todavía” es alguien que está a punto de morir, que todavía está vivo, y el “acá” es como el presente puro de la segunda parte. La primera parte está escrita como si fuera hacia atrás, retrospectivamente, y la otra es como si fuera: hay algo que empieza, y no tengo idea de qué es esto que empieza. Va en el presente, presente, presente. La primera parte se encarga de cómo es la concepción de la sexualidad con momentos, hitos en la vida de alguien. Con recortes súper arbitrarios de las anécdotas, donde ahí sí hay mucho real, pero en la segunda parte es todo inventado, cosas que no sucedieron. Mientras la iba escribiendo no sabía hasta dónde iba a llegar. Por eso, para mí también la segunda parte tiene algo medio new age.

–Hay una atmósfera lisérgica, pero quizás sea porque está embarazada. Hay una novela, también por Entropía, en la que se puede pensar; El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona.  
–Está buenísima esa novela. Es que sí, es lisérgico tener algo creciendo adentro tuyo. Y los primeros meses no lo percibís; o sea, sí lo percibís por sus síntomas, pero después está toda la construcción de voy-a-tener-un-hijo. Pero, en realidad, lo que está sucediendo son unas células ahí alterando todo. Puede ser parecido al cáncer, de hecho, solo que generando otra cosa. Son también células fuera de control. Y la segunda parte de la novela es un poco ese estado para mí, el de embarazo y a la vez cuando todavía no es nada que puedas observar, cuando es del orden de la fantasía. Cuando empecé a escribir esa segunda parte no estaba embarazada, pero quedé embarazada poco después. Terminé de escribirlo en ese estado. Pero esta novela, a diferencia de Agosto, que sí escribí en orden cronológico, fue escrita en partes que fueron cambiando de lugar.

–¿Cómo fue el proceso de edición?
–Gonzalo [Castro], uno de los editores de Entropía, también es mi amigo y leyó esta novela hace bastante y sobre eso trabajé. Y después, cuando tuve lo que yo pensé era la última versión se las pasé y ahí la leyeron todos; Gonzalo otra vez, Valeria [Castro], Sebastián [Martínez Daniell] y Juan Manuel [Nadalini]. La leen todos. Y ahí cada uno hace sus marcas. Son muy minuciosos y trabajamos mucho, tenemos discusiones alrededor de una frase, atención en todos los niveles de escritura, cambiamos cosas de lugar... Me encanta, me parece fundamental trabajar así.

–Cuando escribís narrativa, ¿en qué se distingue tu manera de trabajar guiones?
–Lo que pasa es que las obras nunca las escribo si no las voy a hacer, no tengo ahí guardadas obras que nunca hice. Al teatro lo escribo para hacerlo. Las últimas tres obras que escribí las hice para los mismos actores, entonces ya tenía esa restricción, la de escribir para ellos, más o menos con los mismos niveles de producción, más o menos con las mismas limitaciones. En el teatro la restricción me ayuda a organizarme. Y ahora la última, la que estoy ensayando, Cimarrón, esa es con otros actores, aunque uno se repite, y esa tiene muchas citas literarias. Ya venía con la familia de las citas, en Fauna sobre todo, pero esta arranca desde la primera escena con un monólogo que es de un cuento de Luciano Lamberti, de El loro que podía adivinar el futuro. También tomé cosas de Carta a un joven poeta de Rilke, o sea que hay mucha intertextualidad. Y es más de ideas esta ultima, pero lo que me preguntabas era narrativa versus teatro: en realidad es un tiempo más acotado el de la escritura de teatro, y es para la escena. Es raro, pero como que la literatura me viene más para el teatro, va a parar más al teatro, y en la narrativa me aparece más algo así como la vida, la necesidad de contar la vida. Lo literario siempre va a parar más al teatro.

–¿Te acordas de la primera vez que fuiste al teatro?
–Seguramente no sea la primera, pero es la primera que recuerdo; me llevaron los papás de unos amiguitos al Colón, era un espectáculo de Pro Música de Rosario. Un grupo de música para niños con instrumentos medievales. Se ve que me impresionó, el lugar también. De chica no iba mucho al teatro, mis papás no eran de llevarme. Lo más vinculado a lo escénico era la comedia musical, en la secundaria, que me encantaba hacerla y me gustaba verla también, me lo tomaba muy en serio. En esa época fui a ver las de Pepe Cibrián, El Jorobado de Notre Dame y Drácula. Salí fascinada.

–¿Tus papás a qué se dedicaban?
–Mi mamá es ama de casa. Estudió educación física primero y cuando nos tuvo, desde ahí, es felizmente ama de casa, muy productiva, ama de casa como las de antes. Y mi viejo era ingeniero. Trabajaba en una empresa, primero, y después solo, vendiendo maquinaria para cementeras, representando a empresas alemanas. De chica me costaba muchísimo entender qué hacia. Si me preguntaban decía: “Vende máquinas”.

–¿Y en tu casa había biblioteca?
–Había una biblioteca pero muy rándom. Pero mi mamá sí nos fomentó la lectura. Todas las noches leíamos, mi mamá nos hablaba, de chicos, en alemán. Nació acá pero su familia es de allá. Todas las noches leíamos libritos, después cuando ya sabíamos cómo leíamos solos. La noche era leer. La televisión no estaba tan bien vista en mi casa, igual se miraba mucha menos televisión por entonces. Ahora que lo pienso, mi mamá probablemente lo haría más por el alemán que por la literatura. Siempre me gustó mucho leer, en la primera adolescencia leía muy desprejuiciadamente, no tenía una bajada de línea de lo que estaba bien y lo que no, así que leía cualquier cosa, lo que llegaba a mis manos. Después empecé a estudiar Letras y me puse careta de lo que está bueno y lo que no. Y ahora, recordándolo, pienso que estaba buena esa cosa de “se puede leer todo”. Mi mamá me compraba libros en el supermercado, por ejemplo, no estaba el prejuicio de “eso no está bueno”.

–¿Y a escribir te acordás cuándo empezaste?
–Escribía de chica, pero casi todas las nenas tienen, creo, ¿no? un diario. Era inconstante.

–¿Ahora mantenés un diario?
–Sí, tengo diario pero no es diario, es más bien que cuando quiero, escribo. Un diario donde van a parar cosas que no tienen voluntad de ficción. Siempre tengo uno de esos cuadernos conmigo, ya son muchos. Hace veinte años que tengo esos cuadernos. Antes usaba los Rivadavia tapa dura, primero con rayas, después blancos, y después me fueron regalando otros. Pero siempre de hoja blanca, porque soy medio obsesiva y ocupo toda la hoja.

–Decías que Acá todavía lo escribiste a mano, ¿no?
–Empezó a mano, sí, a lápiz en un cuaderno. Después lo pasé, que también es un momento de primera corrección. En esa instancia fue cuando se me iban muchas cosas de la tercera a la primera persona.

–Además de escribir, actuás, ¿qué disfrutás más?
–La pregunta por el disfrute es más delicada. No sé si diría que disfruto ninguna de las cosas. Actúo tan poquito que, cuando lo hago, lo disfruto mucho, pero sobre todo que la responsabilidad total sea de otro. Cuando actúo con palabras de otra persona, dirigida por otra persona, es como un alivio. Pero actuar no es algo que podría hacer todo el tiempo.

–¿Disfrutás escribir?
–Por momentos sí, por momentos no. Creo que escribir en sí mismo sí, siempre se disfruta, pero está toda esa cosa alrededor de cuando no podés escribir que te llena de angustia. Está casi equilibrado el no poder con el poder, así que no sé cuál gana.

–¿Te imaginás sin hacerlo?

–No tanto, y creo que casi no estuve sin escribir. También ahora, a esta altura de mi vida, puedo mirar hacia atrás y decir: parece que escribo siempre. No todos los días, por supuesto, pero es algo que a través de los años seguí necesitando hacer.

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