lunes, diciembre 22, 2014

Alt Lit, una nueva sinceridad

Tendencia. En la línea de esta nueva narrativa estadounidense, cuatro jóvenes autores argentinos ensayan modos de narrar las relaciones, la alienación y el hastío contemporáneo.

Fragmentos de la nota de Diego Erlan en Revista Ñ (nota completa en el link)


Un profesor al que acaban de echar del trabajo despierta en el pelotero de un Mc Donald’s. Un escritor indie vuelve a su pueblo donde todos parecen odiarlo y en un bar paranoiquea con que lo podrían matar. Un policía amable arresta a una chica por manejar ebria y después la alcanza hasta su casa. Otro personaje llega a su casa cargando el hastío. Insulta a su vida. A su padre. Se pregunta si acaso podría cogerse a su tía. “Sos una mierda”, piensa el personaje cada vez que se mira en el espejo y no puede dormir. Son personajes trazados por Sam Pink, Noah Cicero, Lily Dawn y Jordan Castro. Estos autores son parte de la nueva narrativa estadounidense conocida como la Alt Lit.
(…)

Entre el hiperrealismo y el absurdo

Una serie de novelas argentinas recientes, que atraviesan esta “nueva sinceridad” contemporánea, conducen a una pregunta inevitable: ¿podría hablarse de una Alt Lit en la Argentina? Veamos. Novelas como Te quiero , de J. P. Zooey, Scalabritney de Martín Zícari, Los catorce cuadernos de Juan Sklar o incluso Merca del autor llamado simplemente Loyds son novelas que hablan del sistema y sus dinámicas sociales, de la alienación, de la forma falsamente colectiva de relacionarnos. Internet democratiza los vínculos pero también aísla. Es el confinamiento en el que se encierran los personajes que inundan estos libros. Un retrato de la época. De la abulia y el hastío que dan cuenta de un momento y producen un efecto (a veces demoledor) en el lector.
Separemos estas cuatro novelas en dos grupos. Por un lado Zooey y Zícari. Por otro, Sklar y Loyds. Empecemos por el hiperrealismo que proponen estos últimos.
(…)
Zooey y Zícari, por su parte, proponen un realismo aturdido, extrañado, donde abundan las mentes en fuga y el delirio de ciertos elementos sumergen a Zooey y a Zícari en un virtuoso diálogo generacional. La escena en la pizzería Kentucky entre Bonnie y Clyde con la que empieza Te quiero (Páprika), podría citar el comienzo de Tiempos violentos : Tarantino eje del canon de una estética contemporánea. El enigmático J. P. Zooey, luego de Sol artificial y Los electrocutados , vuelve con un relato delirante, rítmico y frenético protagonizado por dos personajes algo paranoicos, con diálogos chispeantes y atisbos de absurdo. Clyde escribe y discute sobre los clásicos, la literatura posmoderna y la crítica literaria. Bonnie está obsesionada con los asaltos y las formas de hablar de los “pibe Face”. Si tuviera una banda de sonido, en Te quiero debería sonar todo el tiempo Babasónicos: una música sin prejuicios que teje imágenes insospechadas, una tras otra, entre la ilusión y la desfachatez, produciendo desfasajes casi imperceptibles (“paguemos algo que todavía no rompimos/ para que luego no nos vengan a frenar”, canta Adrián Dárgelos en la letra de “Tormento”). Zooey, de algún modo, entabla una discusión directa con la estética que propone Tao Lin y el grupo de la Alt Lit: “La literatura posmoderna es fácil, dice Clyde, cualquiera escribe con ironía y socarronería, cualquiera puede burlarse de sí mismo. Hay que leer a los clásicos, Faulkner, Stendhal, Thomas Mann, a los que sostenían una palabra desde el comienzo hasta el final de las trescientas o quinientas páginas. Hoy todos quieren ser ingeniosos y paródicos. Tienen el yeite del ingenio, pero están muertos. Están todos muertos.” Scalabritney (Entropía) se desarrolla en el chisporroteo de una mente en fuga, de un protagonista con rasgos similares a los de Dani Umpi. Suerte de melancolía naivë y sentimentalismo posmo, Zícari construye su relato a través de filtros: como los flujos de la imaginación o el filme (“mentalmente, esto es una película”). En el núcleo del libro de Zícari está su idea de “una aventura indie”: consumo pop para una travesía emocional. Aburrido, el protagonista sólo encuentra que puede refugiarse “en la actuación, el canto, el baile y la sobreexpresión de todo lo que siento arriba de un escenario para poder sobrevivir en este mundo hostil”. Si en Te quiero suenan los Babasónicos, en Scalabritney se escucha la música de los DJ’s Pareja. El personaje de Zícari (más conservador, menos desesperado) quizás sea el más cercano al protagonista de Los catorce cuadernos : alienación, soledad y una búsqueda infructuosa de la felicidad, sin saber muy bien de qué se trata eso.

Vanoli y Lolita Copacabana entienden que tanto Zooey como Zícari intentan construir una cierta espontaneidad vinculada a los recorridos urbanos. La movilidad y ciertos escenarios muy reconocibles son palpables en ambas novelas. Escribe Zícari: “...me acuerdo de mi proyecto de baile en los espacios públicos para el taller y ahí nomás saco la cámara digital y se la doy a un pibe re lindo que estaba al lado mío y le digo que soy estudiante de un taller para el cual tengo que hacer un trabajo de experimentación literaria usando la problemática entre las esferas pública y privada de la vida de uno mismo como escritor con el fin de pervertir alguno de los géneros establecidos por los cánones literarios y si él por favor podía filmar las caras y gestos y expresiones corporales de la gente mientras yo bailaba con los ojos cerrados en el espacio para discapacitados que nunca se usa y siempre está vacío”.

Hay algo en común en estas cuatro novelas: Internet. No se trata de una fuente de preguntas sobre las maneras de narrar en tiempos de digitalización de las interacciones o de la experiencia, sino que está incorporada a través de un doble movimiento: naturalizándolo en la cotidianeidad y construyendo con ella una relación singular. Podría arriesgarse, a modo de conclusión, que si bien el efecto 11 de Septiembre fue la expresión de una nueva sensibilidad en el centro del mundo global, en la periferia, en tanto, esa misma sensación del derrumbe de las certezas se anticipa ya en los años 90 y se metamorfosea, primero como tragedia y ahora como comedia. Tanto Sklar, Loyds, Zooey como Zícari intentan entender las gramáticas sociales. A veces con ejercicios de lenguaje, otras con una mera perspectiva sociológica, estos autores posan para una selfie literaria: son ellos y su mundo. Realistas por opción, cada una de estas novelas elige su modo de extrañamiento. Y con sus diferencias, coincidencias, derrapes y pretensiones de singularidad, se manifiestan como una manera de expresar el hastío, el desencanto y el sinsentido contemporáneo. Desde luego, no son las únicas.

Revista Ñ, 15/12/14

viernes, diciembre 12, 2014

Exilio, silencio, astucia

Música prosaica (cuatro piezas sobre traducción) reúne artículos de Marcelo Cohen en torno al oficio de traductor, que el autor desempeñó durante 20 años en España. Dicha experiencia es la que reconstruye, entre otras cosas, este libro ineludible sobre el arte de traducir.
Por Germán Lerzo para Revista Invisibles

“Hay una raza de hombres a la que debo, presumiblemente, pertenecer,
que no baila más que con la música de lo incierto.”

J.J. Saer, En el extranjero




Rara vez los lectores tenemos la oportunidad de conocer la intimidad del oficio del traductor. Sospechamos que se trata de una vida atravesada por el lenguaje o, mejor dicho, por una atención minuciosa en torno al uso de las palabras, y una memoria vasta acerca de los diversos significados de un término. Esa experiencia suele ser lo que constituye, al mismo tiempo, el dominio de un oficio muy arduo y mal remunerado, al que una persona se puede dedicar, pongamos por caso, la mitad de su vida, como un médium que conecta a un autor extranjero con su lector más remoto, franqueando el abismo existente entre dos lenguas y dos mundos.

Música prosaica, (cuatro piezas sobre traducción) del escritor y traductor Marcelo Cohen, permite acercarnos a ese universo personal que combina elementos de la autobiografía (como el exilio en España, donde Cohen fue traductor) con argumentos sólidos en torno a la traducción, al ritmo de la prosa, a la liberación política mediante un uso particular del lenguaje y a la tensión interna del yo ante los intentos de despersonalizarse. Los cuatro ensayos que integran el libro conforman una unidad bien homogénea a pesar de que se trata de una recopilación de artículos que fueron publicados en diferentes revistas culturales. Como resultado de más de veinte años de oficio que no cesa, Marcelo Cohen tradujo más de sesenta libros y una variada lista de autores: Shakespeare, Henry James, F.S. Fitzgerald, T.S.Eliot, Stevenson, Pessoa, William Burroughs, James Ballard, Ray Bradbury, Martin Amis, Chris Kraus y A.R. Ammons, entre tantos otros. Incluso lo ha sobrado tiempo para desarrollar una obra personal tan prolífica como la de los autores mencionados.
En Música prosaica la reflexión en torno al lenguaje siempre se basa en una experiencia personal que la sostiene. El exilio, los veinte años que el autor pasó en España (1975 – 1996) como traductor profesional marcan gran parte de su experiencia y de las anécdotas que reconstruye. Dueño de un estilo y una prosa impecables, Cohen no deja de lado cierta dosis de humor y lucidez analítica para describir el malestar de un traductor argentino ante las presiones de los editores españoles, quienes miraban a los latinoamericanos con “afable socarronería” por el uso de un español impuro, de segunda mano. Cada tanto nos regala definiciones sobre esa tensión que le “provocaron una erupción de fundamentalismo rioplatense” contra el español peninsular: “Los españoles y yo decíamos cosas muy diferentes con casi las mismas palabras”; “Yo era un extranjero en una lengua madre que no era mi lengua materna”.

Ritmo y sentido
El primer ensayo, "Música prosaica", publicado en el N° 4 de revista Otra Parte, empieza con una comparación entre los cambios físicos, el cosquilleo en los dedos, que se siente durante una jornada de traducción y la actitud del músico a la hora de tocar su instrumento para interpretar una melodía ajena. Sólo que traducir es hacer música con palabras, tratando de captar el ritmo sin perder de vista el sentido de lo que se traduce. “Media la jornada y el original dice: If you probe in the ashes, they say, you will never learn anything about the fire. Yo traduzco: Nada aprende sobre el fuego, dicen, el que hurga en las cenizas. La inversión de la frase salió de corrido, y la i acentuada de “cenizas” no desmerece la de “fire”. Así el traductor pretende que está ejecutando una partitura, incluso tocándola de memoria; pero mejor, porque en vez de desplegar la maestría dominante del ejecutante se deja poseer, no exactamente por el original, sino por el lenguaje primordial en cuyo pneuma todos los idiomas serían uno, como la música. Claro que si bien nada le quita lo bailado, todos los días descubre la falacia.”
Esta introducción es la que le permite analizar la función que adquiere el ritmo y la música tanto en la poesía como en la prosa. En poesía, dirá, el ritmo y la cadencia musical del verso tienen la misma importancia que el sentido y la razón para la prosa. La emoción que intenta provocar el lenguaje poético se opone a la transmisión de información del discurso narrativo: “La prosa sobrelleva adustamente la discordia entre sonido y sentido, y la fatalidad artísticamente oprobiosa de referir y transmitir información.” Así, el ruido en la narrativa es lo que no comunica significado ni está en función de provocar un efecto. Por eso, Cohen coincide con Ezra Pound para quien la percepción del intelecto se da en la palabra, y la de las emociones en la cadencia. El oficio del narrador, y por qué no del traductor, consiste en “encontrar en la música el pasaje entre sentimiento y razón”. Finalmente, recupera el concepto de perfomance, un conjunto de movimientos minúsculos –tempo, yuxtaposiciones, aliteraciones, variaciones de tonos– que, combinados, conforman una gran ejecución. A través de la composición es que la prosa puede encontrar su vía en la música. El primer párrafo de "El niño proletario", de Osvaldo Lamborghini, donde el ritmo y el sentido están perfectamente unidos, sería para el autor un ejemplo de eso.

La política de la lengua
En el segundo ensayo, que es el más autobiográfico y político de todos, "Nuevas batallas por la propiedad de la lengua" (publicado en el Nro. 37 de la revista Vasos comunicantes) expone ciertas perplejidades sobre el lenguaje mostrando el vínculo estrecho entre la condición del exiliado y los avatares a que se sometía su identidad y su idioma, durante el período que pasó como traductor en España, donde las políticas localistas del verbo le exigían cambios que tendían a españolizar sus versiones. “El español ambiental me alejaba de mi cultura, cuya lengua era una de las herramientas de su posible emancipación… Yo quería desintegrarme, sí, pero conservando la voz”.  Ese control de calidad a que se sometía para depurar el texto de una supuesta argentinidad, provoca una “guerra fría” entre Cohen y sus editores por la propiedad de la lengua, ya que “no sólo se trataba de dirimir a quién pertenecía esa lengua sino quién la usaba mejor”.  Para el autor, ellos confundían el presente perfecto con el pretérito indefinido, y no hacían distinción entre el pronombre de objeto directo e indirecto, “se creían llanos pero pensaban sin precisión”. En virtud de esto, Cohen desarrolla una práctica de resistencia que consiste en introducir sutilmente expresiones propias de “una argentinidad de incógnito” que pasaran desapercibidas para el ojo de los censores. Este ejercicio de astucia es lo que define un impulso de liberación política que, cuando el autor regresa a la Argentina, se invierte completamente. Si en España intentaba mantener su voz rioplatense, aquí no disimulará en su lenguaje diario la impronta española: “Yo decía vale en vez de bueno o está bien, calabacín en vez de zapallito. (…) En un extranjero los deslices son simpáticos, en un argentino son vanidad o alta traición.”
Por eso, en el siguiente ensayo expone los motivos que lo llevan a asumir esa actitud ambivalente, en la que se fusionaban por medio de una esquizofrenia lingüística, esos Dos o más fantasmas que anidaban en su personalidad, el fantasma del que habría sido sin dejar Buenos Aires y el que podría haber sido si se quedaba en España. Afrontar esa experiencia binaria se transforma en un plan político que “consistía en infeccionar la expresión argentina de impertinencias, tanto locales como tomadas del tronco central del español.” Desestabilizar desde adentro el argentino estándar y el español peninsular le permitía aceptar también que las transformaciones en la lengua son resultado de las bifurcaciones del individuo o de la suma de diferentes personalidades sometidas a los cambios que se experimentan a lo largo del tiempo. El poema de A. R. Ammons “Easter Morning” que cita al comienzo del artículo es el disparador de esta idea sobre las vidas perdidas de un individuo que alguna vez se enfrenta a la interrogación fantástica acerca de quién hubiera sido si hacía o no hacía tal cosa. Así la experiencia es un acto de pérdida y reconciliación que se cristaliza en el uso del lenguaje.
 
Cuestiones de estilo
Finalmente, el artículo “Persecución. Pormenores en la mañana de un traductor”, publicado en el Nro. 29 de revista Otra parte, da cuenta de una jornada de trabajo con la traducción de I love Dick, de Chris Kraus. Mientras corre el día, y trabaja en su casa, se indigna con la redacción de los diarios; traduce, progresa con las páginas de la novela, tiene momentos de duda, consulta el diccionario, busca referencias en internet, y se decide por alguna de las distintas variantes que encuentra a una misma expresión.  Se trata, lógicamente, de una jornada de trabajo en la que se debe aprovechar el tiempo al máximo para obtener un mayor beneficio económico: “Tengo que hacer no menos de ocho páginas si quiero que la jornada rinda. Hay que sudar tinta más horas si quiero comprarme tiempo para escribir” (subrayado en el original). Salvando las distancias, esta dimensión económica del trabajo nos recuerda las palabras de Arlt en el prólogo a Los lanzallamas, donde explica que sólo puede escribir en el tiempo que le sobra en la redacción del diario: “Escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. (…) El estilo requiere tiempo”. Con la diferencia que para Cohen “escribir es un lujo gratuito” comparado a traducir que es un lujo mal remunerado: “Trabajaría más cómodo para Argentina; usaría coger en vez de follar, si pudiera llegar a fin de mes con las infamantes tarifas locales.”
Al mismo tiempo, abre la reflexionar sobre un tema no menor dentro del círculo de traductores, y es aquél que gira en torno al descrédito de las traducciones españolas, cuyos detractores suelen basarse en una cuestión léxica (el uso de expresiones como coño, cerilla o gilipollas, por citar algunos ejemplos). Para Cohen las diferencias de expresiones locales en la variedad del español no son de léxico: “La concepción de un mundo local está inscrita en la entonación, la prosodia, en los usos de los tiempos verbales y los pronombres demostrativos, en el montaje de la frase. La diferencia es entre ¿Ha traído usted un mechero, Ailín?, con inflexión en «mechero», y Ailín, ¿usted trajo un encendedor?, con acento suspicaz en «trajo».” Según el autor, “algo mucho más político se pone en juego en estos detalles que en importar coño.” Por eso aclara más adelante que la ilusión del idioma neutro a la hora de traducir no sea una solución viable, sino “una mezcla de variedades léxicas y entonaciones” ya que cada traducción no establece un vínculo con una identidad cultural basada en localismos, lo establece “con la lengua politonal creada por la historia y el corpus de traducciones”. Esos cambios, desviaciones y lentas metamorfosis en el tejido del idioma son los que pueden asegurar la vigencia de una lengua, y no “la alianza entre la Real Academia Española y los grandes grupos editoriales” preocupados por dictar normas centralistas que imponen al resto de los países de habla hispana.  El resultado de una mezcla inesperada de expresiones y tonos es un camino posible para el hallazgo de ese lenguaje primordial en cuyo centro todos los idiomas serían uno, como en la música.

Revista Invisibles, 12/2014


jueves, diciembre 11, 2014

La comemadre, de Roque Larraquy

Sobre la edición española de La comemadre (Turner) en la web El placer de la lectura

Por Rafael Martín



La editorial Turner ha inaugurado nueva colección para, dice, dar cabida a historias inverosímiles, voces nuevas o textos experimentales: El cuarto de las maravillas. Lo ha hecho con ‘La comemadre’ del argentino Roque Larraquy, un texto con tal aire de rareza, portento y excentricidad que no cabe sino considerarlo como objeto indispensable para ese catálogo alternativo. Y como en esas carpas donde se exhibían monstruos vivientes y deformaciones antinaturales, Larraquy hace de maestro de ceremonias de una función cargada de crueldad pero que el humor y la ironía convierten en simplemente delirante.

Separadas por un siglo de distancia, las dos partes de la novela inciden en los excesos a los que puede conducir la búsqueda descontrolada de notoriedad o espectáculo, tanto en el campo de la ciencia como en el del arte: las dos formas más humanas de expresión. La primera parte se desarrolla a comienzos del siglo XX en un sanatorio de la provincia de Buenos Aires. Allí, un grupo heterogéneo de científicos se dispone a investigar qué ocurre en esos nueve segundos durante los cuales, dicen, una cabeza separada de su tronco aún sigue con vida. Quieren, así, tener noticias de primera mano del más allá. Los voluntarios para el experimento los encuentran entre enfermos terminales de cáncer a los que han atraído con falsas promesas de una curación que, los mismos médicos, acabarán por descartar.

El carácter ingenuo y siniestro de clásicos de la ficción científica como ‘La cabeza del profesor Dowell’ de Aleksandr Beliaiev, deviene aquí en lúdico y mordaz por obra de un estilo sincopado, con cambios de ritmo que conducen a la sorpresa de un requiebro o al abrupto final de una frase. Pero además, Larraquy se asegura el efecto festivo del texto con las peripecias de unos personajes más interesados en llamar la atención de la enfermera jefe que en trascender los límites del conocimiento.
En la segunda parte, el narrador es un reconocido artista multimedia que conforme corrige el borrador de una tesis sobre su figura, nos va dando a conocer su biografía. Se nos informa, así, de una precoz habilidad para el dibujo y de un sobrepeso desmesurado que, además de presentar al protagonista como doblemente prodigioso, lo arroja a una adolescencia marginada. Su producción artística iniciada con la exhibición de un niño de dos cabezas, continuará su morboso desarrollo incluyendo extremidades humanas en la elaboración de instalaciones efímeras cada vez más exigentes, cuya compleja inutilidad recuerda a la de los extraños artefactos descritos por Raymond Roussel.

Poco a poco iremos encontrando conexiones tanto entre los protagonistas de las dos partes del texto como entre las obsesiones que los mueven, como esa tendencia al uso fraccionado del cuerpo humano, ya sea mediante vivisección o amputación, o el repetido legado de unas ranas metálicas en cuya consideración de juguete para ciegos creyó ver el joven receptor una insinuación sobre su futuro. Pero el más inquietante de los vínculos es la presencia reiterada de la comemadre, una planta que produce larvas microscópicas capaces de devorarlo todo casi sin dejar rastro, y que viene a solucionar el problema de la acumulación de cuerpos en el sanatorio y a facilitar la desaparición de víctimas de la mafia.


Como ven, un argumento enloquecido pero lleno de sugerencias y quiebros, tan desquiciado como alguno de Boris Vian o Flann O’Brien, y al que el lenguaje con toque porteño  de Larraquy convierte en un texto singular y sorprendente.

El placer de la lectura, 12/2014

martes, diciembre 09, 2014

Macelo Cohen x 2

Los Inrockuptibles Revista



Que un autor de la talla y la trayectoria de Marcelo Cohen publique dos nuevos libros con pocos meses de diferencia es sin dudas un hecho para destacar. Y qué libros. Por un lado, sus Relatos reunidos (Alfaguara), un compendio de su producción ficcional breve ordenada en dos grandes grupos, según se trate de los “Cuentos de este mundo” o de los “Cuentos del Delta Panorámico”, priorizando esta división y no el criterio cronológico. Retocados apenas, el tomo da la posibilidad de meterse de lleno en la prosa de uno de los autores más prolíficos y fascinantes de la literatura argentina actual. Por otro lado, también vio la luz Músicaprosaica (Entropía), un exquisito volumen que reúne sus ensayos sobre la traducción, oficio que ocupa a Cohen hace décadas y sobre el cual tiene mucho para decir. Este también fue el año en que la revista Otra Parte, dirigida por Cohen junto a su mujer, Graciela Speranza, dejó de salir en papel después de diez años ininterrumpidos, para hacer base en la web y actualizarse cada semana con reseñas culturales. Infatigable.

Los Inrockuptibles, diciembre 2014