martes, junio 03, 2014

La Serenidad, de Iosi Havilio

Manuel Quaranta reseña La Serenidad, de Iosi Havilio, para la revista Vísperas.

Eco, la más famosa de las ninfas que habitaban en el bosque –Oréades– era capaz de proferir frases de una belleza inconmensurable, esta facultad perturbaba a Hera, esposa celosa de Zeus, e instigadora –debido a sus temores– de un terrible castigo: Eco fue condenada a repetir indefinidamente la última palabra que expresaba cada persona, de este modo, quedaba para siempre trunca la posibilidad de establecer un diálogo con otro ser humano.

La serenidad, título emblemático de la nouvelle de Iosi Havilio, parecería abrir una grieta profunda en la esperanza de construir una comunión lingüística entre las personas. El diálogo se encuentra, definitivamente, obturado: “El hermano mayor es incapaz de advertirle sobre el descontrol del lenguaje y traslada las fisuras del discurso por todos los lados de la cara”. Pero no sólo eso.

La serenidad es un quiebre –¿es verdaderamente un quiebre o las problemáticas del escritor de Opendoor y Paraísos se repiten aunque de forma diferente?– con respecto a la producción anterior de Havilio, un lenguaje exuberante atraviesa casi todas las páginas hasta llegar a un paroxismo descomunal plasmado en frases tales como “…hierve la palabra en las cavidades textuales del protagonista y la ilación es un placer inevitable” o “…llorar, llorar, llorar, por los pobres, los muertos, los violentos, los degollados, los consumidores, los poetas, los locos, los militantes, llorar juntos por los benefactores, por los críticos y los mormones, llorar por las plantas que se van muriendo, llorar por nosotros, mucho, por nuestros parientes…y contemplarnos en el lago espejo desde el sillón roto, los pies mojados, chorreantes de pellejos, con el partido de ajedrez abandonado en lo mejor, para estirar el goce”; en este contexto cobra sentido la pintura expuesta en la tapa del libro, Les Oréades de William-Adolphe Bouguereau, en tanto cifra de lo que uno encontrará apenas comience a leer: proliferación incansable de palabras expuestas al sin sentido o a volver todo un engaño.

Cada capítulo de la nouvelle de Havilio se presenta de idéntico modo que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, por ejemplo, Segunda parte del libro de Cervantes: Capítulo LXXII. De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea; Capítulo LIX. Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote; Capítulo XXXII. Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote.

La serenidad: De cómo El Protagonista desembarcó en un suburbio, comió entre gitanos, subió una montaña, se perdió en el bosque y dio milagrosamente con el camino a casa; Donde se cuenta el escape en tren del Protagonista, las extrañas escenas que vivió durante el viaje y la manera en que recuperó un par de zapatillas tres décadas después.

¿Por qué la filiación? Havilio vuelve a leer El Quijote. Lo da vuelta: promesas de aventuras o historias que se deshacen, una intertextualidad presente en cada resquicio que carcome la posibilidad de un conflicto principal, la magdalena de Proust en “Queso Fresco”: “La cara de La madre se vuelve nítida de a poco. Es una reconstrucción por capas finas…Esa mujer infinita que lo conoce desde la semilla […] El Protagonista hizo lo que tenía que hacer. El sabor de ese queso consagrado por el recuerdo”.

La serenidad es también, como indica Damián Ríos, “el resultado de una feliz discusión de Havilio con los modos de novelar en el presente”, poniendo en cuestión todas las figuras representativas de la novela moderna: “El Protagonista deja correr lo que queda de tinta…el último soplo de un hábito decadente…Desmenuza Una Biografía que nunca existió en el sentido estricto. Y sin embargo, en el fondo del relato hay Tensión, Trama y Personajes que al igual que los Extras y los Decorados, cayeron en el atiborre. Todas las decisiones estéticas le resultan impracticables. Se le ocurre una genialidad: resignar el papel principal y ver si así…”.

Si cabe alguna duda de que La serenidad es una novela sobre la novela, basta citar un pasaje, “El Protagonista se siente tentado a hablar de la pelambre que evita su propio suicidio, la anécdota dentro de la anécdota”, como esas muñecas rusas que guardan el secreto de una historia dentro de otra historia, pero ¿qué es lo que en realidad guardan si nada pasa dos veces de la misma manera?; en este sentido La serenidad es “el sueño de la reconstrucción” de una historia, de una vida, de una infancia, pero con plena conciencia de que “La reconstrucción es un anhelo imposible”.

Por último, envalentonado en esta exuberancia verbal propongo un exceso interpretativo final: La serenidad es una novela sobre el lenguaje en la que se multiplican las referencias filosóficas, por ejemplo en el parágrafo “Discurso inaugural”, que cierra la nouvelle, habría una clara alusión a las famosas y polémicas palabras pronunciadas por Martin Heidegger al asumir el rectorado de la Universidad de Friburgo en 1933. Y aquí viene el exceso: Eco, en tanto prefijo significa ‘casa’, ‘morada’ o ‘ámbito vital’; Heidegger, a su vez, en Cartas sobre el Humanismo, escribió: “El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada”.

*Nota: Iosi Havilio corrige mi exceso, “Discurso inaugural” remite a un discurso que Heidegger pronunció en su pueblo natal en el año 1955 titulado Serenidad: “La Serenidad para con las cosas y la apertura al misterio se pertenecen la una a la otra. Nos hacen posible residir en el mundo de un modo muy distinto. Nos prometen un nuevo suelo y fundamento sobre los que mantenernos y subsistir, estando en el mundo técnico pero al abrigo de su amenaza”.