miércoles, mayo 30, 2012

Una lengua a la distancia

Laura Cardona lee Andrade, de Alejandro García Schnetzer, y escribe su reseña para ADN Cultura:

«Una de las tareas más importantes y difíciles del escritor es definir el lenguaje y la voz del narrador así como las voces de los personajes. A menudo, a la hora de buscar esas voces se recurre al modo en que se habla cotidianamente, y para el escritor que vive fuera de la Argentina es una elección fundamental, entre otras cosas porque evidencia la relación que desea mantener respecto de su país de origen. Julio Cortázar, por ejemplo, escribía en París remedando el castellano coloquial rioplatense de los años cincuenta con notable fidelidad. Juan José Saer necesitaba regresar una vez al año a la Argentina (sobre todo a Santa Fe) para impregnarse del habla que perdía al vivir en Francia.

Con otras preocupaciones, a pesar de que el autor está radicado en Barcelona desde 2001, Alejandro García Schnetzer pone toda su atención en la lengua materna para recrear lo mejor posible el decir porteño de los años treinta. Por pura nostalgia de un pasado que no vivió, aunque leyó. Y su segunda novela, Andrade, resulta un texto precioso, hecho de entonaciones y términos que ya casi no se escuchan. Algo semejante a lo que había hecho en Requena (2008), su primera novela.

En sólo 76 páginas, Andrade narra un día de 25 horas -el 29 de febrero de 1940, cuando Uriburu adelantó una hora- en la vida de su protagonista, Lucio Andrade. Ex pianista y letrista de tango, tras la muerte de Esther, su esposa y gran amor, vendió el piano y se mudó a una pensión donde vive sin superar su pena. Empleado en una librería de viejo ubicada en San Telmo, la Librería del Sur, propiedad de Villegas, "hombre de edad, flaco, algo torcido, enfermo de gota", comparte su "peregrinar bibliófilo" con Galíndez, su aparcero, un joven padre de tres hijos. Ambos se encargan de ir a la casa de quienes se desprenden de bibliotecas, para seleccionar los libros y comprarlos. El texto está formado por pequeñas escenas y fragmentos que establecen correspondencias (evidentes o no) o se potencian por asociaciones que amplían el sentido y le agregan un excedente que enriquece la historia. Villegas lleva una libreta de anotaciones en la que se leen citas apócrifas, tomadas de libros a veces asignados erróneamente a autores, como el Frankenstein de René Descartes. También hay versiones personales de clásicos españoles, apreciaciones de actitudes de los clientes agrupadas bajo la divisa "oteando desde mi caverna". La escritura incorpora letras de tangos, títulos borgeanos, poemas, frases de otros textos, ocasionalmente con ligeras modificaciones.

Más que un argumento, son las circunstancias las que guían el relato, de estructura abierta, y esta suerte de deriva tiene mucho humor, nostalgia y cierta ironía. García Schnetzer construye un lugar a partir de la lengua -una lengua que conserva el recuerdo de otra época- y logra en Andrade una atmósfera de tenue sensibilidad, tan linda que dan ganas de habitarla o, al menos, de recrearla en sucesivas relecturas.»

lunes, mayo 28, 2012

Las voces y sus trazos

Ante la inminente presentación rosarina de Caligrafía tonal, de Ana Porrúa, La Capital publica esta reseña, escrita por Irina Garbatzsky:

«"Me interesa la idea del trazo de formas para pensar las imágenes porque lo que allí leo o intento leer tiene que ver con cierta plasticidad y con un movimiento de los enunciados que no se agota en la cripta del verso", propone Ana Porrúa en Caligrafía tonal. La autora parte de la forma como disposición de los materiales del poema para alcanzar una noción de trazo —la "caligrafía"—, que le permite preguntar qué se escribe y qué se lee en la poesía. La caligrafía como concepto operativo visibiliza en la forma modernista, la forma vanguardista, la forma barroca, la forma objetivista y las formas de la voz, la crítica que la poesía realiza sobre la historia.

El subtítulo —Ensayos sobre poesía— destaca a su vez la propia forma que la autora asume: el cuidado para hilar los capítulos, la afirmación de una voz que piensa y revisa, en el cuerpo del texto, en las notas al pie y en los inserts (que se continuarán como anexos al final), un corpus de textos conformado por Fabián Casas, Sergio Raimondi, Roberta Iannamico, Osvaldo Aguirre, Néstor Perlongher, Daniel García Helder, Martín Gambarotta, Oscar Taborda, Laura Wittner, Arturo Carrera, entre otros. De este modo, el ensayo logra un entramado singular sobre los últimos treinta años de la poesía argentina y sus relaciones con el modernismo latinoamericano de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

El valor doblemente productivo de la caligrafía se asienta tanto en su proposición afirmativa como en su corte y deslinde. Porrúa destina los dos primeros apartados del libro a trabajar el dispositivo del neo-objetivismo como estructurador de la mirada y el paisaje. La mirada como un límite, "cierre y apertura del poema" y "gesto inaugural", formula entonces menos una poética que una máquina de lectura. El dispositivo objetivista planteó no sólo un relato sobre lo evidente sino una pregunta sobre lo que se sustrae en la relación entre ojo y lenguaje; la carga cultural, "e incluso económica" que se deposita sobre la visión. Esto habilita, entre otras formulaciones, una lectura en conjunto de "Cadáveres", de Perlongher y "Tomas para un documental" de García Helder, un tándem que produce la visibilidad del límite de la poesía política (no como final sino como radical modulación), cuyos espacios, sobre finales de los 80 y principios de los 90, "dejaron de ser icónicos o simbólicos". Así como en "Cadáveres" "el poema trabaja en el borramiento de un afuera tradicional", y esto supone la construcción ominosa del espacio, de una presencia que se constela a partir de restos materiales, no metafóricos; en "Tomas para un documental", la insistencia en la evidencia de los restos habla de la clausura del período de industrialización en la Argentina. En el poema de Helder, dice Porrúa, el paisaje en ruinas es el Cadáver extendido indefinidamente.

La caligrafía además supone un trazado entre formas diversas. En "La puesta en voz de la poesía" el material caligráfico consiste en las propias grabaciones y videos de lecturas de poesía en voz alta, desde las declamaciones de Berta Singerman hasta las puestas en voz de la vanguardia, el neobarroco hasta llegar a experiencias de los años 80, como Poesía espectacular (el film de Carlos Essman con las lecturas de Martín Prieto, Taborda y Helder). La singularidad de la lectura de Porrúa no reside solamente en el mero agenciamiento de estos soportes sino en un valor otorgado a la escucha de la voz de los poetas, como espacio en donde se juegan simetrías y asimetrías con la tradición.

En "Campos de prueba", Porrúa hace una lectura de varios libros (Telegrafías de Mariana Bustelo y Silvana Franzetti,Mamushkas, de Iannamico y otros) y observa una alta conciencia de su construcción artificial que sortea, sin embargo, la idea de totalidad y originalidad. La propuesta de "Antologías", el capítulo sobre las antologías de la literatura hispanoamericana desde fines del siglo XIX hasta comienzos del XXI, continúa la indagación por las estrategias constructivas. Cómo hacer una antología: el formato del panorama y el del corte definen valores. Porrúa incorpora al análisis el funcionamiento de los blogs Afinidades electivas y La infancia del procedimiento como instancias de la red en donde se observan diversas respuestas y posicionamientos frente a la pregunta de cómo antologar la poesía del presente.»

Caligrafía tonal será presentado en Rosario el próximo viernes a las 19, en el Centro Cultural Parque de España. Participarán Irina Garbatzsky y Osvaldo Aguirre, y se proyectarán Mujeres y Si X, videopoemas de Silvana Franzetti, y Blaia, de Marcelo Díaz.

miércoles, mayo 23, 2012

Relato de una intimidad fragmentada

Estefanía Pozzo lee Partida de nacimiento, de Virginia Cosin, y escribe para Cronista.com:

«Partida de nacimiento es un libro pequeño, de pocas páginas, pero inmenso en profundidad descriptiva. Es el relato fragmentado de una mujer que acaba de separarse, que es madre y también hija. Una mujer que, a través de la descripción de la densidad y complejidad de sus emociones, busca redefinirse.

¿De cuántas maneras se puede nombrar el dolor? De muchas. De todas las necesarias. Decir, para dar entidad a una sensación que habita en algún recoveco no identificable de la geografía emocional y así intentar conjurar la persistencia. Que se vaya, desagotar todo, quedar más vacía que antes.

Pero por sobre todo, es el relato de una mujer que se pregunta. La duda como un síntoma de la angustia ante un huracán arrasador que dejó su intimidad hecha jirones, fragmentos inconexos que hay que volver a unir, para seguir existiendo.

Éste es quizá el punto más interesante del texto. La imperiosa y urgente necesidad de unicidad, de ser una, de dejar de estar lejos, de volver a entrar a un cuerpo que ya no se reconoce como propio. “Todo se resumen en esta soledad, tan honda que apenas podés sospechar que existís gracias al roce con la tela pegajosa del sillón (…) Te sentís lejos. Estás lejos. ¿Cómo remontar, ahora, y poner los pies sobre la tierra?”, dice la protagonista.

Y ante esa necesidad de volver a un estado indivisible, la dualidad de querer “mirarse desde afuera”. Un camino en dos sentidos entre el ser y el estar, entre el estar y salirse, entre sufrir y tomarse un descanso. Quizás de sí misma.

La autora sostiene que no es un libro autobiográfico. Porque siempre cuando se escribe se ingresa en un universo diferente, en un espacio en donde la palabra le da forma a un relato, que está lejos de ser la vida.

Entonces surge una pregunta: ¿por qué escribir? Virginia, en la presentación, responde: “porque escribir es arrojarse lejos”. Quizás de esa manera la autora logra al fin volverse personaje y verse desde afuera, para volver a ser una.»

lunes, mayo 21, 2012

Y tu nombre flotando en el adiós

Rodrigo Fernández lee Andrade, de Alejandro García Schnetzer, y escribe estas líneas para El popular:

«"Nostalgia de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó, pesadumbre de barrios que han cambiado y amargura del sueño que murió" escribió Homero Manzi en "Sur", en 1948. Mientras se lee Andrade no se puede dejar de pensar en las palabras de Manzi; quizás porque ambas, la nouvelle y la canción, hablan de la nostalgia. De lo perdido como un lugar al que no se puede volver y sin embargo sólo nos queda recordar.

Así son los días de Lucio Andrade, músico y compositor, aunque desde hace un tiempo se dedica a la compra de libros usados. De la pensión donde vive a la Librería del Sur, donde deberá escuchar las reflexiones sobre el mundo de Villegas, el dueño del lugar.

"Lo nuestro es un servicio público. Todos somos empleados. Trabajamos para una legión de ancianos que dispendia su capital en la ilusión del tiempo, en la admiración del arte libresco, una costumbre degenerada; quién lo niega", dice Villegas mientras fuma.

Andrade y Galíndez lo miran y luego parten a comprar libros usados. El trabajo no le resulta demasiado atractivo a Lucio, pero mientras se ocupe de algo puede dejar de pensar en un poco en Esther. Tiene "cara de quien vio pasar la alegría" le dice una mujer en una fiesta. Lucio no contesta; para él los días no tienen sentido. Solamente es un hombre que espera poder partir de una ciudad extraña en la que el recuerdo de Esther aún flota.

"Nadie es lo que era... además, qué éramos", dice Andrade, atrapado en un mundo que ya no conoce. Un mundo que le quitó el amor de Esther. Un mundo que desprecia. Ahora sólo tiene lo que quedó de ella. El recuerdo de su voz, la primera vez que la vio o el sombrero del que no puede despegarse porque ella se lo regaló. Atrás quedó una casa que tenía su perfume y una vida juntos que quedó trunca.

Si no fuese por Beatriz, que le consiguió ese trabajo en la librería, estaría todo el día tirado en la pensión. Y aunque ya nada importe, ahí están las máximas de Villegas, especie de filósofo de la bibliofilia, y las citas de Galíndez, que si bien no pueden rescatarlo de su dolor le acercan una mirada distinta del mundo que lo rodea. Una mirada en la que puede reconocer la ironía del destino, las trampas de la memoria y la finitud de todos los días.

Con su segunda novela, Alejandro García Schnetzer consigue una trama que, aun siendo corta, tiene mucho para decir. Reflexiva y melancólica, "Andrade" posee una mirada nostálgica y de tristeza por lo que no está, una nouvelle que bebe de las corrientes del tango y navega por las aguas del viejo Caronte.»

lunes, mayo 14, 2012

Godot en la pampa gringa

Emanuel Gatto Mainetti lee La sed, de Hernán Arias, y escribe su reseña para El lince miope:

«Publicada en 2005, tras haber ganado el concurso “Daniel Moyano” el año anterior, y reeditada en 2011 por la editorial Entropía, La sed de Hernán Arias es de esas novelas que han sido concebidas con el fin de decirlo todo.

Ambientada en la pampa gringa, La sed puede leerse como una especie de monólogo interior y biografía infantil, cuyo narrador-protagonista, un niño de once años, es el vocero de la cotidianidad rural. Asumiendo el rol de observador participante, la mirada del niño está presente en cada rincón del relato. Nada se escapa a los ojos del narrador.

La sed está hecha de todos los rituales propios del universo campestre: la tala de árboles, la cacería de perdices y liebres, la preparación de asados, las carreras de caballos. El niño observa y aprende del abuelo, del padre, del tío: los personajes encargados de la construcción de su masculinidad y hombría.

Arias no deja detalle al azar, construye su novela en base a la idea de narración total. Apuesta al exceso y al agotamiento de una experiencia, sin necesidad de apelar al estallido. Trabaja su prosa con morosidad, el lenguaje se torna imperceptible, silencioso, asfixiante. La amenaza está siempre por llegar, desde la primera hasta la última página, como si Samuel Beckett hubiese puesto a su Godot a la puerta de la pampa gringa.

La lectura de La sed bajo categorías y claves literarias que parecen insuficientes, nos obliga a buscar equivalentes en otras artes; es un texto desbordante, incómodo, le hace decir a la literatura aquello que aparece escondido, ausente y anónimo. Hay algo cinematográfico en el ritmo del relato, como si cada frase fuese objeto de un plano-secuencia. Arias arma su novela en base a los tiempos muertos del mejor Antonioni o a lo Lisandro Alonso (para buscar un ejemplo doméstico). La premisa de la novela está organizada bajo la máxima “más que contar una historia, prefiero observarla”.

La sed puede ubicarse como una novela de climas, la trama le cede el espacio a la atmósfera. Lo importante para Arias es transmitir sensaciones, desestabilizar objetos, tornar ambiguo el interior/exterior, lo íntimo y cotidiano devora el contexto político y social. No es que Arias le esquive a lo político, sino que el ambiente opresivo y oscurantista del texto parece fagocitarlo todo.

Texto saeriano, carveriano, hemingwayano, La sed contiene lo mejor de cada uno de estos autores. La puntuación es propia de Saer, el minimalismo homenajea a Carver y la teoría de la omisión de Ernest Hemingway atraviesa toda la novela. Las influencias, sin embargo, no anulan la voz de Arias, sino que la potencian, porque antes que nada estamos en presencia de un texto ariano; es como si el autor hubiese optado por defender aquella frase de Roland Barthes: “La Literatura es como el fósforo, brilla más en el instante en que intenta morir”.»

jueves, mayo 10, 2012

Il misterioso viaggio iniziatico di una donna senza nome e senza qualità

Francesca Lazzarato lee la traducción italiana de Opendoor, de Iosi Havilio, y escribe su reseña para Il manifesto:

«"Non credo esista un modello generazionale che contenga i giovani scrittori latinoamericani. È un'etichetta editoriale o mediatica. Ma credo che questo sia un momento in cui esiste una molteplicità di voci, con una produzione abbastanza prolifica, in cui non si condividono né estetiche né ideologie né programmi letterari di nessun tipo". Ecco come risponde Iosi Havilio, scrittore argentino nato nel 1974, a chi gli chiede cosa abbiano in comune gli autori che appartengono alla nuova "generación Latinoamerica". E non potrebbe avere più ragione: a connotare i giovani in questione è infatti l'eterogeneità delle scritture, dei temi e dei punti di riferimento, insieme alla decisione di affermare la propria singolarità e al rifiuto di qualsiasi categorizzazione puramente anagrafica.

Come e più degli altri, Havilio - che con due soli romanzi ha conquistato critici severi come Beatriz Sarlo e scrittori come Fogwill ed è stato prontamente tradotto in vari paesi - sfugge a ogni tentativo di classificazione e si propone immediatamente come autore maturo e senza incertezze grazie a un'opera «esteticamente interessante» e di una "quieta introversione" (così la definisce la Sarlo), lontana dalla pura e semplice correttezza tecnica garantita dalle scuole e dai laboratori di scrittura, in Argentina ancor più numerosi che da noi.

Open Door, il suo primo romanzo, appare oggi in italiano grazie a Caravan Edizioni, nella bella traduzione di Vincenzo Barca (pp. 244, euro 14) che rende piena giustizia a una prosa sicura, netta e apparentemente spoglia in cui si nascondono, però, una quantità di dettagli minuti. È dalla loro somma che nasce la storia costruita da Havilio intorno a un personaggio femminile senza nome e senza qualità, una veterinaria mancata che, dopo il breve incontro con una partner occasionale di cui non arriva a sapere quasi nulla (e che subito sparisce, forse suicida), finisce per arenarsi in una sorta di villaggio fantasma, vicino a un insolito manicomio chiamato Open Door, che esiste davvero nelle campagne attorno a Buenos Aires e che, fondato nel 1900 da Domingo Cabred, per molto tempo è stato una comunità autosufficiente dove i pazienti potevano lavorare e convivere con la loro malattia.

In cerca di una pace che la assolva dal compito di badare a se stessa, completamente abbandonata al caso, a tutte le droghe su cui riesce a mettere le mani e alla passione amorosa per una ragazzina imprevedibile, la protagonista e il suo trasferimento quasi casuale dal troppo «pieno» della metropoli al vuoto del mondo rurale, il suo lasciarsi vivere e maneggiare, le visite all'obitorio per identificare cadaveri che non sono mai quello dell'amica scomparsa, il sesso frenetico che pratica con la sua piccola odiosa innamorata, sono esposti con una spassionata precisione da entomologo che fa di Open Door un romanzo di un realismo e un'oggettività del tutto ingannevoli.

Dietro la minuziosa descrittività, dietro la fredda superficie su cui vengono incise nitidamente scene erotiche o domestiche, campi verdi, interni malinconici, stazioncine in cui i treni non si fermano più, facce grottesche, matti in transito, corpi che continuamente si toccano e si allacciano, qualcosa si affaccia e subito scompare, come una parola che continua a sfuggirci. Perché Open Door potrebbe essere, alla fine, la rappresentazione stilizzata di un viaggio iniziatico tutto interiore, oppure lo specchio di un'assenza cui non si può mettere rimedio, di misteri che non si risolvono mai, di un vuoto che non è possibile riempire e che sembra incarnarsi negli spazi immensi, indifferenti e desolati della campagna assopita. Il sospetto che ogni pagina, ogni scena, ogni immagine significhino «qualcos'altro» (un sospetto che inquieta e turba, e che rappresenta la vera forza del romanzo) assale di continuo il lettore; ma ogni sforzo di decifrazione è inutile, se non assurdo: e a vanificarlo del tutto c'è quel "Mi sento felice" cui la protagonista approda nell'ultima riga e dietro il quale si nasconde per sempre.»

lunes, mayo 07, 2012

Trash

Patricio Zunini realiza para Clarín un repaso sobre la figura del zombi en la literatura contemporánea argentina y menciona Berazachussetts, de Leandro Avalos Blacha:

«La primera de la serie es una mujer: Trash. Cuatro amigas la encuentran tirada en el bosque. No saben si está dormida, desmayada, muerta. Se paran junto a ella y antes de ayudarla comentan lo fea que es y qué descuidado tiene el pelo. Una saca la cámara de fotos y preserva el momento. Recién después la llevan a casa, le ponen un disco de Valeria Lynch, intentan sin resultados que hable, que coma algo. Una de las mujeres sale a hacer mandados y vuelve con un cadáver. Ante el asombro de todas, Trash se tira salvajemente sobre el cuerpo y lo empieza a devorar, le saca los brazos y entonces habla por primera vez: “¿tienen freezer?”, pregunta. Trash es una zombie que supo liderar una banda que tocaba canciones de ABBA estilo gótico, pero que tras una no-vida de excesos decidió comenzar un proceso de desintoxicación. Así comienza la delirante novela Berazachussetts (Ed. Entropía), por la que Leandro Avalos Blacha —discípulo de Alberto Laiseca— obtuvo el Premio Indio Rico. El jurado, compuesto por César Aira, Daniel Link y Alan Pauls, la eligió porque “reclama una reflexión sobre las complejas y muchas veces absurdas relaciones entre literatura y mundo social; tritura las convenciones del género y hace coincidir los motivos más emblemáticos de la cultura chatarra de nuestros días con la geografía del conurbano bonaerense”. Berazachussetts, que acaba de ser traducida al francés y es candidata al premio Bob Morane 2012, relata la corrupción social con íconos de la cultura chatarra.»

La nota completa, acá.

miércoles, mayo 02, 2012

Torniquete

Matías Capelli lee Partida de nacimiento, de Virginia Cosin, y escribe su reseña para Los inrockuptibles:

«A pesar del color rosa pálido de la tapa y de algunos datos de la contratapa (una narradora treintañera recién separada, madre de una niña pequeña), Partida de nacimiento, primer libro de Virginia Cosin, está lejos de los estándares de la chick lit.

A pesar de que la narradora se ría de sí misma, se saque el cuero y se autoflagele hasta llegar al hueso; a pesar de que pueda decir “soy una chica de Belgrano R que ahora vive en Balvanera” o que atraviese días y noches de insomnio en un estado de insatisfacción constante al borde del ataque de nervios, lo de Cosin, sin duda, va por otro lado. Fundamentalmente porque, en Partida de nacimiento, la escritura está en primer plano; no es un medio para contar una historia, para retratar un personaje, para crear situaciones eficaces, para construir una trama, si no que es una estrategia de supervivencia, de exploración vital.

Claustrofóbico y apesadumbrado, el texto está siempre al borde de regodearse en el placer que proporciona cierto tipo de dolor, y corre el riesgo de volverse monotemático. Pero nunca monocorde, ni monótono, porque Cosin echa mano a una amplia paleta de géneros, registros y tonos; alternando entre la primera y la segunda persona, entre el monólogo interior, el diario, las listas, algunos versos sueltos; entre los diálogos y las viñetas cotidianas, entre el recuerdo y la reflexión.

En última instancia, hay dos cosas que salvan a la protagonista, tanto en términos literarios como vitales. La primera es su hija, que obliga a la narradora a dejar de ser, por un rato, el centro de todas sus preocupaciones, y la rescata del solipsismo. Y la otra es la escritura. A fin de cuentas, si algo aprende en estas páginas es que, muchas veces, escribir es atar un torniquete.»