martes, marzo 31, 2009

"Escribo mejor de lo que filmo"

Eso dice Werner Herzog en la entrevista que le realizó Andrés Hax para la revista Ñ, a raíz de la publicación de "Conquista de lo inútil", traducido por Ariel Magnus para esta casa editora.





















El texto completo de la nota, acá.

miércoles, marzo 25, 2009

jueves, marzo 12, 2009

Los saberes de la infancia

A propósito de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi, por Alejandro Caravario para Llegás a Buenos Aires.

Uno, varón al fin, podría caer en la tentación de leer Los domingos son para dormir, el muy bello libro de relatos de Sonia Budassi, como fisgón.

Quiero decir, adentrarse sigilosamente en territorio femenino y auscultar la intimidad (meditaciones, anhelos, preferencias sexuales, soliloquios inconfesables) de esas heroínas sencillas, como las que alguna vez invitamos al cine o les propusimos un porvenir sereno y colmado de niños.

Sería una lectura instrumental, de servicio, acaso valiosa en el arduo mercado de la seducción y la conquista, pero condenada al desconcierto. Porque las mujeres que animan los cuentos de Sonia son incompletas, vacilantes, inestables. Habitantes de un mundo de transiciones, un limbo en el que se superponen (no se suceden, ahí está el problema de esta gente) la inocencia infantil y el rigor de la adultez, el legado familiar (aquella información segura y anticuada) y el protocolo de la chicas modernas con aspiraciones profesionales, la periferia (el pago chico) y el centro.
Escenario clave, la casa. Allí se juegan los pormenores del coto femenino. Sólo que el lugar que antes protegía es ahora la exposición de un tablero que nunca se acomoda, donde todo es desorden. El relieve caótico de la soledad. Como en “Todo lo de anoche”, un cuento sobre la resaca del domingo (un día para dormir), en que una joven junta sus pedacitos y los de un departamento estragado.

Aun así, sobrevive en ella (y creo que en todos los personajes de Sonia) un resto poderoso de voluntad erótica (sus chicas son chicas guerreras, atentas al delineador y a los efectos de las medias de red) que su compañero desaira. Pero no es el desamor sino la eventualidad pura lo que resalta el encuentro fallido, el sexo insípido. Por lo demás, los hombres de Los domingos son para dormir -borrosos, fuera de foco- suelen ser insuficientes.

Sigue acá.

lunes, marzo 09, 2009

Hacia una literatura más radical

[Reseña de Las teorías salvajes, por Hernán Vanoli para Ñ.]

Cuando una novela aborda de modo directo núcleos traumáticos de la sociabilidad que la constituye y alimenta, y además muestra la voluntad de cuestionar ciertas prácticas y creencias presentes su comunidad de lectores potenciales, ese ímpetu de trascendencia, por más que venga acompañado de los correspondientes anticuerpos, funciona como un hecho político – literario en el que vale la pena detenerse. Las Teorías Salvajes, de la debutante Pola Oloixarac, cumple con estos requisitos.

La novela es, a primera vista, el diario desbocado de una estudiante de filosofía que sueña conquistar a un titular de cátedra. Este diario convive con la historia de amor entre Pabst y Kamtchowsky, dos bloggers que, retratados con despiadada ironía, encarnan los clichés propios de una microcultura arraigada en un sistema de referencias geek cuyas coordenadas van de You Tube y la modernidad periférica del circuito de las artes visuales a Los Goonies y las películas de Olmedo y Porcel, pasando por la filosofía de Leibniz y la revista Humor. Recorrido hiperbólico entonces, que a través de la lógica de la redundancia y la superposición disecciona un humus emotivo generacional, como si Oloixarac fuese una etnógrafa trash empantanada en el fango académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con la que se muestra inclemente pero de la cual, sin lugar a dudas, es un producto refinado.

Diario y romance narrado en tercera persona se ven interrumpidos por mazazos o bocetos de esas “teorías salvajes” que conforman el núcleo de la novela: una ambiciosa ontología de lo humano (la “Teoría de las transmisiones yoicas”, que apuesta por una suerte de neo-racionalismo pragmático e historicista, no teleológico), y unas acaso más interesantes reflexiones sobre lo actual (“había comprendido que el régimen de acceso a la empatía contemporánea se encuentra vinculado al uso inteligente, glamoroso, de la crueldad”) que, de a momentos, acercan su propuesta a la de Michel Houellebecq o Frederic Beigbeder. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los franceses, el deseo de producción de verdad que sostiene Las Teorías Salvajes surge de procedimientos que asumen el riesgo de apropiarse y de re-contextualizar la jerga heredada de la filosofía canónica, haciéndola, al fin, productiva.

A la hora de abordar la herencia de la militancia setentista, la novela cae en su propio diagnóstico generacional. Así, aunque la repetición de ciertos gestos pop sobre las fricciones entre líbido social y proyecto político no están a la altura de su inteligencia, estamos ante el triunfo de una voluntad que reclama un espacio diferente para la literatura, acaso más radical.

viernes, marzo 06, 2009

Dormir, soñar, huir

[Guido Carelli Lynch reseña, en Ñ, Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi.]

“Compulsión a la repetición” es el título de uno de los nueve relatos de Los domingos son para dormir, el primer libro de cuentos de Sonia Budassi y, también sin querer (queriendo) una declaración estética de la autora sobre su propia antología.

No se trata de reiteraciones sintácticas y mucho menos de una falencia de una escritora que ha dado sobradas cuentas de su manejo del idioma. Es, más bien, la reconfirmación de una voz, de un tono unificador en cada cuento, que terminan por sellar una unidad narrativa bien palpable.

La primera persona como voz narradora y protagonista en todos los relatos sirven para plasmar eso cometido monocorde. La omnipresencia de la pérdida de los padres, lugares, amantes, infancia o juventud, amores de una y otra forma, se reflejan y multiplican de un cuento a otro y refractan una emoción acabada de nostalgia. “La nostalgia es un espectro con armas de guerreros, pero se mezcla y se gasta”, se lee en el cuento citado.

Cada relato parece un segmento distinto en la vida del mismo personaje, esa mujer entre los veinte y los treinta, varada entre la ciudad (Buenos Aires), el pueblo (Bahía Blanca o Pehuancó) y dudoso primer mundo (Nueva York), que ama y odia al mismo tiempo sus rutinas y ritos compulsivos. La acción es mucho más estática que dinámica, más reflexiva que prosaica. El título que da nombre a la antología, hilvana los relatos en un tiempo muerto que es metáfora de las tardes de domingo. Si la autora acierta en la combinación de factores para plasmar una emoción, menos efectiva parece, por momentos, la cadencia interrumpida por el tiempo presente, aclaraciones, paréntesis reiterados y excesivos guiños autorreferenciales, que acaban por minar la paciencia del lector de igual manera que el clima opresivo de la depresión dominical.

Más allá de los juicios estéticos, subjetivos, circunstanciales y arbitrarios, es para festejar la audacia de Budassi – y de Entropía- independiente de la lógica comercial que determina la imposibilidad de un futuro más promisorio para un género siempre amenazado. Lógica a la que Budassi le lleva la contra desde la pequeña utopía que ella misma creó en la editorial Tamarisco y desde su propio ímpetu narrativo.

jueves, marzo 05, 2009

En faldas y a lo loco

[Silvina Friera resume para Página/12 la charla entre Terranova y Oloixarac del pasado martes.]


La comedia de la calle Puan
La inauguración del ciclo “Los martes de Eterna Cadencia” arrancó con Pola Oloixarac, autora de una primera novela, Las teorías salvajes (Entropía), que la instaló en un lugar de provocadora y revulsiva –hasta de chica mala o incorrecta de la literatura argentina– entre críticos, periodistas y lectores. Aprendió, rápido, a agitar el ambiente y a generar discusiones. Entrevistada por Juan Terranova, este “dúo dinámico” se sacó chispas, especialmente cuando se puso las cartas sobre la mesa de la sempiterna pulseada entre los del bando de filosofía (Pola) y los de letras (Terranova). El aplausómetro del público que desbordó el bar de la librería, por el ímpetu de las palmas de algunos más que por la convicción, se inclinó, hay que decirlo, a favor de la filosofía, carrera que estudió Oloixarac en “un ecosistema gagá donde se permitía al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional”, tal como la define a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires la narradora de la novela. “Es difícil hacer una reflexión crítica de este libro, pero lejos de ser un obstáculo para su lectura resulta una virtud”, admitió Terranova.

Después de enumerar una serie de ideas que le generó la lectura de Las teorías salvajes –la filosofía como insatisfacción, el campo intelectual porteño como circuito de entrenamiento del narcisismo, “un libro que, más allá de su alta calidad literaria, faltaba por su contundente pronunciamiento sobre lo contemporáneo” y “Houellebecq en la calle Puán”, entre otras puntas–, Terranova señaló que “no hay posibilidad de que en la Argentina, más aún, en nuestra Argentina cibernética y kirchnerista del presente, las teorías no sean salvajes”. Ante la pregunta del escritor sobre la ausencia en la novela de un conocimiento positivo, Oloixarac dijo que “hasta los personajes más secundarios plantean relaciones entre la teoría y la acción; todos buscan contrastar teorías y, por lo tanto, inscribirse en una suerte de situación, de producción de verdad”. Terranova recordó que tuvo una discusión con una lectora de la novela respecto de si todos los personajes del libro eran feos, categoría que representarían dos de los protagonistas principales, Kamtchowsky y Pabst. Pola pegó un grito y aclaró: “Estos feos no son como el personaje feo que está marginado, que es como un nabo y nadie lo quiere. Los personajes feos acceden al cálido núcleo de la aceptación sexual, de hecho se mezclan. A mí me interesaba crear esta matriz porque la cuestión que me parecía más importante es que el sexo, una pasión que me parece totalmente contemporánea, es la pasión por la autoestima”.

Leer todo.

martes, marzo 03, 2009

Fin de fiesta

[Reseña de Bizarra, por Gabriel Zayat para "Llegás a Buenos Aires"]

Y cinco años después se editó Bizarra. La obra que se consagró como una monumental fiesta del teatro, a la que acudieron más de ocho mil espectadores e indagó sobre la posibilidad de referirse, siempre con una distancia paródica y una ácida ironía, al género de la telenovela y al contexto político social de la Argentina del 2003, llegó a las librerías. Una telenovela teatral, una teatronovela. El guión de Bizarra se presenta con la expectativa implícita de poder soportar una existencia puramente literaria. Aquel contexto político y social en el que surgió, ya no existe. Ni su soporte escénico, ni los miles de espectadores, ni los casi 80 actores que participaron en sus diez ediciones, ni las figuritas, ni aquella fiesta… pero surgió el libro. Una fiesta en formato de libro.
Es sabido que la verdadera esencia del teatro se concreta en escena, que leer una obra de teatro es una experiencia más cercana a lo literario que a lo teatral. El texto dramático incluye (aunque existen corrientes que las excluyen deliberadamente) las didascalias, que determinan su potencialidad escénica. El teatro suele ir del texto a la escena, y en ciertos casos leer teatro puede ser una actividad aburrida, o al menos incompleta. Así como relatar un sueño no es soñarlo, leer teatro no es experimentar teatro. En este caso leer Bizarra después de tantos años, sabiendo que no es sólo improbable sino imposible que se reponga como puesta, es una experiencia de otro orden. Se trata de una aproximación, una forma de volver a experimentar (aún sin haberlo visto) aquello que alguna vez existió, que despertó los odios mas incondicionales y los amores mas irracionales y se transformó en un extraño acontecimiento, algo sin precedentes, en un fenómeno absolutamente inédito en la escena teatral porteña.

Completo, acá.